Cualquier estudio por más
elemental que sea sobre expectativas y comportamientos, aporta las certezas que
el 90% de las decisiones que tomamos lo hacemos en niveles de espontaneidad y
de inmediatez aún las que tienen el aspecto de importantes como las que son
propias de autoridades o economistas y que solamente el 10% aproximadamente
entran dentro de esa categoría que esos mismos economistas y otros economistas
llaman “racionalidad”, lo que pasa con esto es que poco lo reconocen porque
conviene a los relatos discriminatorios que no embargan aunque los neguemos en
forma permanente, así es que miente de mentiroso el que se arroga virtudes o
conocimientos para tomar decisiones que lo dejan en posiciones de privilegios y
exagera el que asegura que la pobreza es la consecuencia de la indolencia o de
la falta de entusiasmo de los que están por esos niveles, hasta las autoridades
más encumbradas o los que toman decisiones en los niveles considerados de
importancia improvisan todo el tiempo con intuiciones y algunas dosis de
experiencias y conocimientos, pero a esta mezcla no se le puede llamar
“racionalidad” como fue la pretensión regular de una buena parte de la doctrina
económica que, fundamentalmente, ha defendido los principios del liberalismo
destructor de oportunidades pero, lo que es más importante, generador del
hambre y la marginalidad global, del desempleo y de todos aquellos que
invocando una supuesta “racionalidad” viven privatizando las ganancias sociales
y socializando las perdidas privadas.
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