martes, 31 de julio de 2012

hojas ordinarias

Mi patria es dulce por fuera - Nicolás Guillén Mi patria es dulce por fuera, y muy amarga por dentro; mi patria es dulce por fuera, con su verde primavera, con su verde primavera, y un sol de hiel en el centro. Un pájaro de madera me trajo en su pico el canto; un pájaro de madera. ay, si te dijera, que es de sangre tu palmera, que es de sangre tu palmera, y que tu mar es de llanto! Bajo tu risa ligera, yo, que te conozco tanto, miro la sangre y el llanto, bajo tu risa ligera. Sangre y llanto bajo tu risa ligera; sangre y llanto bajo tu risa ligera. Sangre y llanto. El hombre de tierra adentro está en un hoyo metido, muerto sin haber nacido, el hombre de tierra adentro. Y el hombre de la ciudad, ay, Cuba, es un pordiosero: Anda hambriento y sin dinero, pidiendo por caridad, aunque se ponga sombrero y baile en la sociedad. (Lo digo en mi son entero, porque es la pura verdad.) Hoy yanqui, ayer española, sí, señor, la tierra que nos tocó siempre el pobre la encontró si hoy yanqui, ayer española, ¡cómo no! ¡Qué sola la tierra sola, la tierra que nos tocó! La mano que no se afloja hay que estrecharla en seguida; la mano que no se afloja, china, negra, blanca o roja, china, negra, blanca o roja, con nuestra mano tendida. Un marino americano, bien, en el restaurant del puerto, bien, un marino americano me quiso dar con la mano, me quiso dar con la mano, pero allí se quedó muerto, bien, pero allí se quedó muerto el marino americano que en el restaurant del puerto me quiso dar con la mano, ¡bien!

lunes, 30 de julio de 2012

hojas olímpicas

El bosque amigo - Paul Valéry En las sendas pensamos cosas puras, uno al lado del otro, fugitivos, cogidos de la mano, y pensativos en medio de las flores más oscuras. Íbamos solos, como enamorados, entre la verde noche del sendero, compartiendo el fugaz fruto hechicero del astro que aman los enajenados. Después, muy lejos, en la sombra densa de aquel íntimo bosque rumoroso, morimos -¡solos!- sobre el césped blando. Y arriba, en medio de la luz inmensa, ¡oh, amigo del silencio más hermoso, nos encontramos otra vez, llorando!

sábado, 28 de julio de 2012

hojas parecidas

La resurrección - Giacomo Leopardi En mí ya siento vívido el conocido engaño; de sus propios latidos se asombra el corazón. De ti sólo esta última energía procede; viene cualquier consuelo solamente de ti. Siento que falta al ánima alta, gentil y pura, la natura, la suerte, el mundo y la beldad. Mas si tú vives, mísero, si no cedes al hado, no llames inclemente a aquel que te creó.

viernes, 27 de julio de 2012

hojas blancas

ramadan
Turbado por las miradas, te parecería que acaba de despertarse del sopor del sueño, la blancura y rubicundez se asocian en la belleza, sin que sean contrarias, pues son semejantes; como cadenas de oro rojizo sobre un rostro de plata, así la aurora, blanca y rubia, es la que parece imitarle. Cuando aparece el rubor en sus mejillas es como el vino puro en cristal de roca. Ibn al-Kattānī, Tašbīhāt, núm. 233.

jueves, 26 de julio de 2012

hojas grises

Borges relata que “el destino le deparó uno de los momentos mas felices de la Historia Argentina”. Cuenta que lo conduce un taxista borracho, que va manejando como loco, a llegar al destino, el taxista borracho dice: “Hijos de Espejo, de Astorgano, de Perón, de Eva Perón, de Alsogaray y de todos los ladrones hijos de tal para cual”. Borges reflexiona: ¿Te das cuenta? ¡Si un hombre así está con nosotros hay esperanzas para la Patria!

miércoles, 25 de julio de 2012

hojas nuevas

POEMA A SIMON BOLIVAR. Quiero recordar mi patria, con cariño y con amor. Quiero decir unos versos a nuestro libertador. Los niños de Venezuela que me presten atención, Que esto va dirigido en modelo de lección. El 24 de julio es sagrado a la nación Por ser el día que nació nuestro libertador, Es fue el día que parió Maria de la Concepción Y nos trajo al mundo un niño con el nombre de Simón, Está fue una regalía que nos dio nuestro señor, De que naciera este niño que nos vino a librar del yugo Español. Cinco naciones hermanas nos dejó el libertador Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y el Ecuador, De nueve años quedo huérfano, pero de buena educación Y sus maestro fueron Andujar, Bello y Simón. A Madrid lo envió a estudiar su tío don Carlos, su tutor Fue casado y quedo viudo, Y al pasar el Monte Sacro juró la liberación Antes de morir recuerda el Libertador Que había que dejar al mundo un acta de recordación Y antes de entregar el alma a mi Dios nuestro Señor, Dictó para todo el mundo la paz, amor y la unión El murió en Santa Marta. Dijeron los colombianos, en Colombia murió el sol Y la muerte de Bolívar para el mundo fue dolor, Sus restos fueron traídos a Caracas, El Panteón Y por todo el mundo quedó, Bolívar Libertador. ¿anónimo?

martes, 24 de julio de 2012

hojas mojadas

El reflejo - Oscar Wilde Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo. -¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba. -¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso. -¿Era hermoso? -preguntó el río. -¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza... -Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas. FIN

domingo, 22 de julio de 2012

hojas quemadas

¿Quién hace tanta bulla? César Vallejo I Quién hace tanta bulla, y ni deja testar las islas que van quedando. Un poco más de consideración en cuanto será tarde, temprano y se aquilatará mejor el guano, la simple calabrina tesórea que brinda sin querer, en el insular corazón, salobre alcatraz, a cada hialóidea grupada. Un poco más de consideración, y el mantillo líquido, seis de la tarde DE LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES Y la península párase por la espalda, abozalada, impertérrita en la línea mortal del equilibrio.

viernes, 20 de julio de 2012

hojas finas

Pequeñez - Emily Dickinson Es cosa tan pequeña nuestro llanto; son tan pequeña cosa los suspiros... Sin embargo, por cosas tan pequeñas vosotros y nosotras nos morirnos.

jueves, 19 de julio de 2012

hojas sucias

La zambullida - Ezra Pound Querría bañarme en extrañeza: estas comodidades amontonadas encima de mí, me asfixian! ¡Me quemo, ardo en deseos de algo nuevo, amigos nuevos, caras nuevas y lugares! Oh, estar lejos de todo esto, esto que es todo lo que quise...salvo lo nuevo. ¡Y tú, amor, la que mucho, la que más he deseado! ¿Acaso no me repugnan todas las paredes, las calles, las piedras, todo el barro, la bruma, toda la niebla, todas las clases de tráfico? A ti, yo te querría fluyendo encima de mí como el agua, ¡oh, pero fuera de aquí! Hierba y praderas y colinas y sol ¡oh, suficiente sol! ¡Lejos y a solas, en medio de gente extraña!

miércoles, 18 de julio de 2012

hojas raras

Sandra Mihanovich Soy lo que soy Sandra Mihanovich Yo soy lo que soy mi propia creación y mi destino quiero que me des tu aprobación o tú olvido. Este es mi mundo por qué no sentir orgullo de eso Es mi mundo y no hay razón para ocultarlo de qué sirve vivir si no puedes decir yo soy lo que soy. Soy lo que soy no quiero piedad no busco aplausos toco mi propio tambor dicen que esta mal, yo creo que es hermoso. La vergüenza real es no poder gritar yo soy lo que soy. Soy lo que soy no tengo que dar excusas por eso a nadie hago mal el sol sale igual para vos, para mi, para todos. Paren de censurar hoy quiero gritar yo soy lo que soy

martes, 17 de julio de 2012

hojas cortas

Lo fatal, Rubén Darío

 Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
 ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada,
y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...


Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra
 y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
 y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

 ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos...!

lunes, 16 de julio de 2012

hojas oscuras

hojas oscuras, igual que la nieve "pálida" en el paisaje de estos ricachones

los nueves monstruos, César Vallejo
 Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen,

otros crecen, otros mueren,

y otros que nacen y no mueren,
otros que sin haber nacido, mueren,
y otros que no nacen ni mueren (son los más)

Y también de resultas del sufrimiento,
estoy triste hasta la cabeza,
y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado,
al nabo, ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo, tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!

 ¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tanto cajón, tanto minuto, tanta lagartija y tanta inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud;


¿qué hacer? ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer.

sábado, 14 de julio de 2012

hojas nuevas

Gustavo Adolfo Bécquer
 Hoy como ayer, mañana como hoy,
 ¡y siempre igual! 
un cielo gris, un horizonte eterno, 
¡y andar... andar!
 Moviéndose a compás,
como una estúpida máquina,
el corazón; la torpe inteligencia,
del cerebro dormía en un rincón.
 El alma, que ambiciona un paraíso,
 buscándolo sin fe; 
fatiga, sin objeto, ola que rueda ignorando por qué.

 Voz que incesante con el mismo tono canta el mismo cantar;
 gota de agua monótona que cae, y cae sin cesar.
 Así van deslizándose los días unos de otros en pos, hoy lo mismo que ayer
... y todos ellos sin goce ni dolor.
 ¡Ay! a veces me acuerdo suspirando del antiguo sufrir...
 Amargo es el dolor; pero siquiera ¡padecer es vivir!

viernes, 13 de julio de 2012

hojas marrones

Te veo en las ramas, hermoso mono tití, no me importa que tanto cagas, ni hagas pipi, te veo y no lo creo, es tu gran habilidad engullidora, como te tragas los bananos, junto con ramas y hojas, Parece ser que tu vida es felíz vives jugando y fornicando sin parar, ojala ser yo como tú!! y que alguien me pudiera ayudar, y me concediera la bendición, de ser un mono tití, para no tener que estudiar!!!!! anónimo

jueves, 12 de julio de 2012

hojas moteadas

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. -¿Estás seguro? Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado. Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza. -No está aquí. Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa. Julio Cortázar, la casa tomada

miércoles, 11 de julio de 2012

hojas quebradas

Ayer, hoy y mañana - Gibrán Jalil Gibrán Dije a mi amigo: -Tú la ves descansando sobre el brazo de aquel hombre. Sólo que ayer descansaba así sobre el mío. Y mi amigo dijo: -Y mañana se posará sobre el mío. Dije: -Mírala sentada junto a él. Fue sólo ayer que se sentaba junto a mí. Y él respondió: -Mañana se sentará a mi lado. Dije: -Observa, bebe vino de su copa y ayer bebía de la mía. Y él agregó: -Mañana lo hará de mi copa. Entonces dije: -Mira cómo lo contempla con amor y con ojos entregados. Ayer mismo me contemplaba así. Y mi amigo dijo: -Mañana me contemplará a mí. Pregunté: -¿No la oyes murmurar canciones de amor en sus oídos? Las mismas canciones de amor que murmuraba en los míos. Y mi amigo contestó: -Y mañana las susurrará en los míos. Y dije: -Pero mira. Está abrazándolo. No fue sino ayer que me abrazaba a mí. Y mi amigo dijo: -Me abrazará a mí mañana. Entonces agregué: -¡Qué mujer extraña! Mas él me respondió: -Ella es como la vida, poseída por todos los hombres; y como la muerte, conquista a todos los hombres; y como la eternidad, envuelve a todos los hombres.

lunes, 9 de julio de 2012

hojas rotas

Los hombres de la tierra, Ray Bradbury. -¡Soy de la Tierra! Me llamo Jonathan Williams y estos... -Sí, ya lo sé -dijo suavemente el señor Xxx, y disparó su arma. El capitán cayó con una bala en el corazón. Los otros tres se pusieron a gritar. El señor Xxx los miró sorprendido. -¿Siguen ustedes existiendo? ¡Soberbio! Alucinaciones que persisten en el tiempo y en el espacio. -Apuntó hacia ellos. -Bien, los disolveré con el miedo. -¡No! -gritaron los tres hombres. -Petición auditiva, aun muerto el paciente -observó el señor Xxx mientras los hacía caer con sus disparos. Quedaron tendidos en la arena, intactos, inmóviles. El señor Xxx los tocó con la punta del pie y luego golpeó la coraza del cohete. -¡Persiste! ¡Persisten! -exclamó y disparó de nuevo su arma, varias veces, contra los cadáveres. Dio un paso atrás. La máscara sonriente se le cayó de la cara. -Alucinaciones -murmuró aturdidamente-. Gusto. Vista. Olor. Tacto. Sonido. El rostro del menudo psiquiatra cambió lentamente. Se le aflojaron las mandíbulas. Soltó el arma. Miró alrededor con ojos apagados y ausentes. Extendió las manos como un ciego, y palpó los cadáveres, sintiendo que la saliva le llenaba la boca. Movió débilmente las manos, desorbitado, babeando. -¡Váyanse! -les gritó a los cadáveres-. ¡Váyase! -le gritó al cohete. Se examinó las manos temblorosas. -Contaminado -susurró-. Víctima de una transferencia. Telepatía. Hipnosis. Ahora soy yo el loco. Contaminado. Alucinaciones en todas sus formas. -Se detuvo y con manos entumecidas buscó a su alrededor el arma. -Hay sólo una cura, sólo una manera de que se vayan, de que desaparezcan. Se oyó un disparo. Los cuatro cadáveres yacían al sol; el señor Xxx cayó junto a ellos. El cohete, reclinado en la colina soleada, no desapareció. Cuando en el ocaso del día la gente del pueblo encontró el cohete, se preguntó qué sería aquello. Nadie lo sabía; por lo tanto fue vendido a un chatarrero, que se lo llevó para desmontarlo y venderlo como hierro viejo. Aquella noche llovió continuamente. El día siguiente fue bueno y caluroso.

domingo, 8 de julio de 2012

hojas gruesas

Y fue a lo suyo. La niña estaba en el cuarto desde las diez, me dijo; era bella, limpia y bien criada, pero estaba muerta de miedo, porque una amiga suya que escapó con un estibador de Gayra se había desangrado en dos horas. Pero bueno, admitió Rosa, se entiende porque los de Gayra tienen fama de que hacen cantar a las muías. Y retomó el hilo: Pobrecita, además de todo tiene que trabajar el día entero pegando botones en una fábrica. No me pareció que fuera un oficio tan duro. Eso creen los hombres, replicó ella, pero es peor que picar piedras. Además me confesó que le había dado a la niña un bebedizo de bromuro con valeriana y ahora estaba dormida. Temí que la compasión mera otra artimaña para aumentar el precio, pero no, dijo ella, mi palabra es de oro. Con reglas fijas: cada cosa pagada aparte, en plata blanca y por adelantado. Así fue. La seguí a través del patio, enternecido por la marchitez de su piel, y por lo mal que andaba con las piernas hinchadas dentro de las medias de algodón primario. La luna llena estaba llegando al centro del cielo y el mundo se veía como sumergido en aguas verdes. Cerca de la tienda había una techumbre de palma para las parrandas de la administración pública, con numerosos taburetes de cuero y hamacas colgadas en los horcones. En el, traspatio, donde empezaba el bosque de árboles frutales, había una galería de seis alcobas de adobes sin repellar, con ventanas de anjeo para los zancudos. La única ocupada estaba a media luz, y Toña la Negra cantaba en el radio una canción de malos amores. Rosa Cabarcas tomó aire: El bolero es la vida. Yo estaba de acuerdo, pero hasta hoy no me atreví a escribirlo. Ella empujó la puerta, entró un instante y volvió a salir. Sigue dormidita, dijo. Harías bien en dejarla descansar todo lo que le pida el cuerpo, tu noche es más larga que la suya. Yo estaba ofuscado: ¿Qué crees que debo hacer? Tú sabrás, dijo ella con una placidez fuera de lugar, por algo eres sabio. Dio media vuelta y me dejó solo con el terror. No había escapatoria. Entré en el cuarto con el corazón desquiciado, y vi a la niña dormida, desnuda y desamparada en la enorme cama de alquiler, como la parió su madre. Yacía de medio lado, de cara a la puerta, alumbrada desde el plafondo por una luz intensa que no perdonaba detalle. Me senté a contemplarla desde el borde de la cama con un hechizo de los cinco sentidos. Era morena y tibia. La habían sometido a un régimen de higiene y embellecimiento que no descuidó ni el vello incipiente del pubis. Le habían rizado el cabello y tenía en las uñas de las manos y los pies un esmalte natural, pero la piel del color de la melaza se veía áspera y maltratada. Los senos recién nacidos parecían todavía de niño varón pero se veían urgidos por una energía secreta a punto de reventar. Lo mejor de su cuerpo eran los pies grandes de pasos sigilosos con dedos largos y sensibles como de otras manos. Estaba ensopada en un sudor fosforescente a pesar del ventilador, y el calor se volvía insoportable a medida que avanzaba la noche. Era imposible imaginar cómo era la cara pintorreteada a brocha gorda, la espesa costra de polvos de arroz con dos parches de colorete en las mejillas, las pestañas postizas, las cejas y los párpados como ahumados con negrohumo, y los labios aumentados con un barniz de chocolate. Pero ni los trapos ni los afeites alcanzaban a disimular su carácter: la nariz altiva, las cejas encontradas, los labios intensos. Pensé: Un tierno toro de lidia. A las once fui a mis trámites de rutina en el baño, donde estaba su ropa de pobre doblada sobre una silla con un esmero de rica: un traje de etamina con mariposas estampadas, un calzón amarillo de malapodán y unas sandalias de fique. Encima de la ropa había una pulsera de baratillo y una cadenita muy fina con la medalla de la Virgen. En la repisa del lavabo, una cartera de ruano con un lápiz de labios, un estuche de colorete, una llave y unas monedas sueltas. Todo tan barato y envilecido por el uso que no pude imaginarme a nadie tan pobre como ella. Me desvestí y dispuse las piezas como mejor pude en el perchero para no dañar la seda de la camisa y el planchado del lino. Oriné en el inodoro decadena, sentado y como me enseñó desde niño Florina de Dios para que no mojara los bordes de la bacinilla, y todavía, modestia aparte, con un chorro inmediato y continuo de potro cerrero. Antes de salir me asomé al espejo del lavamanos. El caballo que me miró desde el otro lado no estaba muerto sino lúgubre, y tenía una papada de Papa, los párpados abotagados y desmirriadas las crines que habían sido mi melena de músico. -Mierda -le dije-, ¿qué puedo hacer si no me quieres? Tratando de no despertarla me senté desnudo en la cama con la vista ya acostumbrada a los engaños de la luz roja, y la revisé palmo a palmo. Deslicé la yema del índice a lo largo de su cerviz empapada y toda ella se estremeció por dentro como un acorde de arpa, se volteó hacia mí con un gruñido y me envolvió en el clima de su aliento ácido. Le apreté la nariz con el pulgar y el índice, y ella se sacudió, apartó la cabeza y me dio la espalda sin despertar. Traté de separarle las piernas con mi rodilla por una tentación imprevista. En las dos primeras tentativas se opuso con los muslos tensos. Le canté al oído: La cama de Delgadina de ángeles está rodeada. Se relajó un poco. Una corriente cálida me subió por las venas, y mi lento animal jubilado despertó de su largo sueño. Delgadina, alma mía, le supliqué ansioso. Delgadina. Ella lanzó un gemido lúgubre, escapó de mis muslos, me dio la espalda y se enroscó como un caracol en su concha. La pócima de valeriana debió ser tan eficaz para mí como para ella, porque nada pasó, ni a ella ni a nadie. Pero no me importó. Me pregunté de qué servía despertarla, humillado y triste como me sentía, y frío como un lebranche. Nítidas, ineluctables, sonaron entonces las campanadas de las doce de la noche, y empezó la madrugada del 29 de agosto, día del Martirio de San Juan Bautista. Alguien lloraba a gritos en la calle y nadie le hacía caso. Recé por él, si le hiciera falta, y también por mí, en acción de gracias por los beneficios recibidos: No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio. La niña gimió en sueños, y recé también por ella: Pues que todo ha de pasar por tal manera. Después apagué el radio y la luz para dormir. Desperté de madrugada sin recordar dónde estaba. La niña seguía dormida de espaldas a mí en posición fetal. Tuve la sensación indefinida de que la había sentido levantarse en la oscuridad, y de haber oído el desagüe del baño, pero lo mismo pudo ser un sueño. Fue algo nuevo para mí. Ignoraba las mañas de la seducción, y siempre había escogido al azar las novias de una noche más por el precio que por los encantos, y hacíamos amores sin amor, medio vestidos las más de las veces y siempre en la oscuridad para imaginarnos mejores. Aquella noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin los apremios del deseo o los estorbos del pudor. Me levanté a las cinco, inquieto porque mi nota dominical debía estar en la mesa de redacción antes de las doce. Hice mi deposición puntual todavía con los ardores de la luna llena, y cuando solté la cadena del agua sentí que ñus rencores del pasado se fueron por los albañales. Cuando volví fresco y vestido al dormitorio, la niña dormía bocarriba a la luz conciliadora del amanecer, atravesada de lado a lado en la cama, con los brazos abiertos en cruz y dueña absoluta de su virginidad. Que Dios te la guarde, le dije. Toda la plata que me quedaba, la suya y la mía, se la puse en la almohada, y me despedí por siempre jamás con un beso en la frente. La casa, como todo burdel al amanecer, era lo más cercano al paraíso. Salí por el portón del huerto para no encontrarme con nadie. Bajo el sol abrasante de la calle empecé a sentir el peso de mis noventa años, y a contar minuto a minuto los minutos de las noches que me hacían falta para morir.

sábado, 7 de julio de 2012

hojas grandes

De muerte y juicio de Rafael Alberti.
En un trastorno de ciudades marítimas sin escrúpulos,
de mapas confundidos y desiertos barajados, atended a unos ojos que preguntan por los afluentes del cielo,
a una memoria extraviada entre nombres y fechas. Niño.
Perdido entre ecuaciones, triángulos, fórmulas y precipitados azules,
entre el suceso de la sangre,
los escombros y las coronas caídas,
cuando los cazadores de oro y el asalto a la banca,
en el rubor tardío de las azoteas voces de ángeles te anunciaron la botadura y pérdida de tu alma.
Niño.
Y como descendiste al fondo de las mareas, a las urnas donde el azogue, el plomo y el hierro pretenden ser humanos, tener honores de vida, a la deriva de la noche tu traje fue dejándote solo.
Niño.
Desnudo, sin los billetes de inocencia fugados en sus bolsillos, derribada en tu corazón y sola su primera silla, no creíste ni en Venus, que nacía en el compás abierto de tus brazos. ni en la escala de plumas que tiende el sueño de Jacob al de Julio Verne.
Niño.
Para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura.

viernes, 6 de julio de 2012

hojas nuevas

El tren de los heridos - Miguel Hernández Silencio que naufraga en el silencio de las bocas cerradas de la noche. No cesa de callar ni atravesado. Habla el lenguaje ahogado de los muertos. Silencio. Abre caminos de algodón profundo, amordaza las ruedas, los relojes, detén la voz del mar, de la paloma: emociona la noche de los sueños. Silencio. El tren lluvioso de la sangre suelta, el frágil tren de los que se desangran, el silencioso, el doloroso, el pálido, el tren callado de los sufrimientos. Silencio. Tren de la palidez mortal que asciende: la palidez reviste las cabezas, el ¡ay! la voz, el corazón la tierra, el corazón de los que malhirieron. Silencio. Van derramando piernas, brazos, ojos, van arrojando por el tren pedazos. Pasan dejando rastros de amargura, otra vía láctea de estelares miembros. Silencio. Ronco tren desmayado, enrojecido: agoniza el carbón, suspira el humo y, maternal la máquina suspira, avanza como un largo desaliento. Silencio. Detenerse quisiera bajo un túnel la larga madre, sollozar tendida. No hay estaciones donde detenerse, si no es el hospital, si no es el pecho. Para vivir, con un pedazo basta: en un rincón de carne cabe un hombre. Un dedo solo, un solo trozo de ala alza el vuelo total de todo un cuerpo. Silencio. Detened ese tren agonizante que nunca acaba de cruzar la noche. Y se queda descalzo hasta el caballo, y enarena los cascos y el aliento.

miércoles, 4 de julio de 2012

hojas viejas

Carminum IV, 10 (A Ligurino) - Horacio ¡Oh tú, hasta ahora cruel, en medio del poder que los dones de Venus te otorgan! Cuando un invierno inesperado llegue sobre tu orgullo, y caigan esos rizos que ahora revolotean sobre tus hombros; cuando se apague ese color, más encendido que el de la rosa roja, y se vuelva áspera la cara de Ligurino, dirás todas las veces que lo veas, al otro, en el espejo: «¡Ay! Mi espíritu de hoy, ¿por qué no me animó cuando era niño? O ¿por qué no regresan aquellas tiernas mejillas a este nuevo corazón mío?»

martes, 3 de julio de 2012

hojas en blanco

Silencio - Octavio Paz Así como del fondo de la música brota una nota que mientras vibra crece y se adelgaza hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio otro silencio, aguda torre, espada, y sube y crece y nos suspende y mientras sube caen recuerdos, esperanzas, las pequeñas mentiras y las grandes, y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen.

lunes, 2 de julio de 2012

hojas repetidas

El bosque amigo Paul Valéry
 En las sendas pensamos cosas puras,
uno al lado del otro, fugitivos,
cogidos de la mano,
y pensativos en medio de las flores más oscuras.
 Íbamos solos, como enamorados,
entre la verde noche del sendero,
compartiendo el fugaz fruto hechicero
del astro que aman los enajenados.

 Después, muy lejos, en la sombra densa de aquel íntimo bosque rumoroso
, morimos -¡solos!- sobre el césped blando.
 Y arriba, en medio de la luz inmensa,
¡oh, amigo del silencio más hermoso, nos encontramos otra vez, llorando!