Un productor sojero de Salta gasta menos en trasladar
45.000 toneladas de granos desde el puerto de Rosario, en Santa Fe, hasta el de
Rotterdam, en Holanda, que en transportarlas desde su campo hasta la terminal
santafecina. Al mismo tiempo, un consumidor paga más cara una gaseosa en un
mercado de Buenos Aires, debido al aumento de costos y la pérdida de productividad
que sufre el sector logístico. Son sólo dos ejemplos que muestran que la
deficiente realidad local del transporte, finalmente, impacta en el bolsillo de
la gente y en la competitividad del país. La gran participación del camión en
el transporte de mercaderías, en detrimento de un medio más barato como el
tren, hace que los consumidores paguen sobreprecios en la mayoría de los
artículos que compran a diario. Pero además la logística tiene sus propios
males internos, como la suba de costos fogoneada por una inflación de 25% anual
y la pérdida de 20% de su productividad, causados por la mala infraestructura
vial, la inseguridad en los caminos y los cortes de ruta. En un país donde el
84% de todo lo que se transporta es llevado en camión; el 14,5%, en tren, y el
1,5%, en barcaza, cada punto porcentual ganado por el ferrocarril en ese
esquema redituaría a la sociedad unos US$ 70 millones anuales. Si se tiene en
cuenta que en países desarrollados del norte de Europa, la proporción es 40%
por ruta; 50%, por vía férrea, y 10%, por hidrovía, es evidente que la
Argentina tiene mucho por mejorar en eficiencia logística. Jorge Tesler,
director de TGI Argentina, consultora especializada en procesos e
infraestructura logística, opina que ese grado de concentración en el camión es
el gran mal del sistema de transporte local. "El costo que se paga por
recorrer largas distancias por carreteras en lugar de hacerlo en ferrocarril es
muy alto en un país donde los puertos están alejados de los centros de
producción", explica el consultor. El propio Banco Mundial recomienda en
su "Estudio sobre eficiencia logística" que la Argentina equilibre
más su sistema de transporte y vire hacia uno polimodal. No parece mal consejo,
ya que el costo del camión es de US$ 0,07 por tonelada transportada por
kilómetro; el del tren, 0,04, y el de la barcaza, 0,01. En una economía
sincerada, sin control de precios, retenciones y subsidio a la importación de
combustible, la diferencia sería siete y quince veces a favor de los rieles y
la hidrovía, respectivamente. En el trabajo, el organismo ubica al país en el
puesto 48, entre 155 naciones, detrás de Brasil, que está número 41 (el 1° es
Alemania, y el último, Somalia). Marcelo Arce, presidente de la Asociación
Argentina de Logística (Arlog), destaca que, si bien Chile y Perú aparecen peor
ubicados (49 y 67), avanzan en los últimos años a un ritmo mayor. Gustavo
Anschutz, consultor internacional en infraestructuras y transporte, coincide en
que es necesaria una nueva ingeniería para optimizar el servicio. "Por
economía del transporte, hay que buscar que el camión no haga más de 400
kilómetros; el ferrocarril, no más de 1000, y el transporte fluvial, de 1000 en
adelante", detalla el experto. En el "libro blanco" de la
Comunidad Europea, por caso, se impulsa el transporte fluvial lo máximo
posible, incluso transportando camiones en ferry, para aprovechar el medio
acuático, descongestionar las carreteras y ahorrar, entre otros costos, en
combustible (sin contar la menor contaminación ambiental). Ejemplo de esto es
la ruta Génova-Barcelona, que en lugar de ser cubierta por medio de rodados se
la hace con ferries que trasladan camiones o chasis. Los países de gran
extensión territorial, como Rusia o Estados Unidos, hoy expanden el
ferrocarril. En México existe una extensión de red vial de 28.000 kilómetros y
se transporta 25% de las cargas por ferrocarril. "Algo parecido sucede en
Brasil", apunta Alejandro Wolf, director de Yusen Logistics. Pero la
Argentina es el reino del revés: cuenta con 30.000 kilómetros de vía y sólo
14,5% se transporta por tren. Desde Ledesma, el productor de azúcar más
importante del país, con ingenios en Jujuy, cuentan que de las 400.000
toneladas que producen por año, sólo transportan por tren 60.000. ¿Se supone
que eso va a mejorar?, preguntó LA NACION. El comentario no fue alentador.
"Hace ocho años transportábamos 180.000", cuenta Vicente Amadeo,
gerente de Comunicaciones de la empresa. A mano de su ingenio está el
ferrocarril Belgrano Cargas, que, con 10.000 kilómetros de vías, es el más
extenso del país. En la década del 80 transportaba cinco millones de toneladas
anuales (entonces no se producían granos en el Norte); ahora, estatizado de
hecho y con participación del sindicato de camioneros, la Unión Ferroviaria y
La Fraternidad, traslada 800.000. "El servicio no es óptimo. Si funcionara
de manera lógica, podríamos duplicar el transporte por ese medio", afirma
Amadeo. Esta incoherencia traza en el mapa una larga línea de puntos que
representa un recorrido en camión de 1750 kilómetros por una ruta que, según
Ricardo Uriburu, salteño que la recorre a menudo, está en mal estado y es
peligrosa. La misma carga podría llevarse por tren desde Jujuy a Resistencia,
Chaco, y por barcaza desde allí hasta los puertos. Otro tanto sucede con las regiones
vitivinícolas, alejadas del puerto de Buenos Aires, donde las bodegas se ven
obligadas a transportar en camión lo que podría hacerse por tren a un menor
costo. Alberto Arizu, director comercial de Luigi Bosca, advierte que ésta es
una desventaja que enfrenta el sector en un momento en el que se debe buscar
más competitividad y eficiencia. Su bodega, que integra el top ten de exportadoras en el país, está en
Mendoza, por lo que su perjuicio es menor al que sufren las de Salta o Río
Negro, que, según dice, tienen que consolidar su carga en la "tierra del
buen sol y del buen vino" para recién después salir en camión hasta el
Atlántico. Un colega suyo, que pide no ser nombrado, cita un escollo extra:
"La falta de gasoil hoy encarece 20% el servicio. Ya no se consigue un
camión por ninguna parte". Nada de lo que ocurre con éstas y otras
producciones es inocuo para el consumidor, que, más tarde o más temprano, paga
el sobrecosto en el precio final. Si es que no se choca con el control de
precios del secretario de Comercio, Guillermo Moreno. "En ese caso, el
operador logístico o el productor resignarán rentabilidad. Nada es
gratis", advierte Arce, de Arlog. Según un análisis de Arlog, la
participación del costo logístico en el precio final de venta es de 8% en
promedio, para las grandes compañías, que tienen escala, mientras que según el
Observatorio Pymes, para las pequeñas y medianas empresas, que no se manejan
con grandes volúmenes, ese porcentaje llega a 20. "Si a una grande, la
menor eficiencia de la logística y el aumento de sus costos le pega fuerte, ni
hablar de una chica", destaca Arce. Sobre ese 8% de participación en el
precio final, hay que calcularle además 20%, que es la pérdida de productividad
que, según la Cámara Empresaria de Operadores Logísticos (Cedol), tiene el
sector. Es decir que, si eso se trasladara todo a precios, el consumidor
estaría pagando 1,6% más cada artículo, sólo por carencias del sistema.
Carencias que, como dice Arce, no deben ser achacadas a las operadoras, que
avanzaron mucho, pero que chocan con un problema cuando salen a la calle. Carlos
Musante, director técnico de Cedol, elaboró un trabajo en el que enumera los
distintos factores que recortan la eficiencia logística: mal pavimento que hace
consumir más neumáticos y gasoil, cortes de ruta, modificaciones en la cantidad
de horas trabajadas (sindicalización) e inseguridad. "Sólo en seguridad
las grandes empresas gastan $ 86 millones por año", señala el ejecutivo. No
son los únicos obstáculos para este negocio, ya que la inflación en dólares no
deja de asfixiar: mientras que la moneda estadounidense subió 325% desde
diciembre de 2001, los costos logísticos se incrementaron 911%, en el mismo
período, según el informe elaborado por Cedol y la Universidad Tecnológica
Nacional. Combustible y mano de obra representan 70% de ese costo: el primero
aumentó 1213% y el segundo, 835. En lo que hace a la producción destinada a la
exportación, Anschutz afirma que ya se llegó a un insostenible nivel de
saturación, con largas colas de camiones en las terminales y problemas de
acceso en el puerto de Buenos Aires. En tanto, el Banco Mundial advierte sobre
una situación límite, inconcebible en una economía que ha basado su crecimiento
reciente en la exportación de materias primas. Sólo el flete interno de granos
destinados al comercio exterior insume US$ 2800 millones al año, más de la
tercera parte de lo que le ingresa al Estado por retenciones a la soja. Parte
de eso lo aporta el (US$ 2.226.645 menos
que lo que le cuesta enviarlos desde ese puerto hasta Rotterdam). Para salir de
este atolladero, coinciden especialistas consultados, se necesita una gran
inversión, que debe ser impulsada por el Estado, pero, sobre todo, una decisión
política para modificar la matriz logística del país y equilibrar los medios de
transporte que se utilizan. ¿Será posible esa reforma estructural? El Plan
Estratégico Territorial, presentado por el Gobierno hace un año, con el pomposo
nombre de "La Argentina del Bicentenario", arroja un dato revelador
sobre la intención estatal. El apartado "Inversiones estratégicas del
Estado nacional 2008-2016" incluye un mapa del país donde se identifica
con líneas coloradas lo destinado a rutas y con líneas púrpuras punteadas lo
volcado a redes ferroviarias: el plano final queda del mismo color que un
tomatal. 70 Son los millones de dólares que podrían ahorrarse por
año por cada punto porcentual de participación ganado por el ferrocarril en el
actual esquema de transporte local, donde el camión traslada 84% de las
mercaderías; el tren, 14,5%, y las barcazas, 1,5 por ciento.
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