lunes, 19 de diciembre de 2011

hojas carbónicos

por ahí andamos perdidos creyendo que lo tenemos todo cuando apenas en el mejor de los casos hemos juntado unos cuantos bienes materiales que no van con nosotros en el viaje final, a lo mejor hemos juntado aplausos y obsecuencias y confirmaciones de los que están cerca por lo que tenemos más que por lo que somos. por ahí andamos perdidos




 El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo abrió los ojos muy asustado.
Mientras dormía no tenía nada.
Despertó bajo la lluvia de las campanillas de los relojes.
Mientras dormía no tenía nada.
Cien relojes despertadores, más de cien relojes.


Mil relojes, más de mil relojes.
Todos sonando al mismo tiempo.
Un reloj de carambolas, detrás de los cristales biselados, mirábase el cuadrante con las horas en números romanos, y las tres pelotitas doradas que acababan de hacer la carambola de la hora y el timbre de alarma que alargaba un «¡Yo te despierto! ¡Yo te despierto! ¡Yo te despierto…!».







Un reloj que simulaba un globo terrestre, con un Ángel y un Esqueleto que con su dedo descarnado señalaba las horas, en un cuadrante dorado, conseguía hacerse oír, oír, oír… «¡Tú me despiertas!

¡Tú me despiertas! ¡Tú me despiertas…!». Un reloj cara negra, espectro luctuoso con números plateados, plañía: «¡Él se despierta! ¡Él se despierta! ¡Él se despierta…!». Un reloj de bronce, ronco rezongaba a solas en su rincón:


«¡Nosotros nos despertamos! ¡Nosotros nos despertamos…!».
Un viejo reloj de faro, más farol que reloj, martillaba al dar la hora: «¡Ellos despier-tan!



¡Ellos despier-tan… tan… tan… tan…!». Y un reloj-casita tirolesa de cucú melódico, con el pajarito mecánico a la puerta, repetía imperativo:






«¡Despertad vosotros cú-cú…! ¡Despertad vosotros cú… cú…!».
El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo metió el brazo bajo la cama y extrajo el menos esperado de los adminículos domésticos. Un paraguas o, como decía él, un «para-qué…»













Lo abrió en seguida. Es de mal agüero abrir el paraguas en una habitación, pero a él le urgía interponer algo entre el campanilleo de los relojes y su persona. Y ahora que sonaran. Ya él con el paraguas abierto que sonaran. Los oiría como oír llover sobre el paraguas.









Y así se oía el
«Yo te despierto…»
«Tú me despiertas…» «El se despierta…» «Nosotros nos despertamos…» «Ellos se despiertan…» «Despertad vosotros…». Cerrar los ojos es no tener nada. Abrir los ojos es tenerlo todo.







El aguacero de los despertadores había pasado.(MAASTURIAS)

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