“con
su vida terrenal y, sobre todo con su muerte y resurrección Jesucristo testificó, lo principal es la fuerza que producen los sentimientos de la humanidad, y todas las personas dentro del verdadero progreso humano”. El amor - «caridad» -es el poder de los grandes personajes que les impulsa a actuar con valentía y fervor en la provincia de la justicia y la paz. La verdad quieres tú, que comienza a partir de Dios, la eternidad, en verdad, el amor absoluto a la Verdad. Así cada uno encuentra su propio bien, de Dios, de sí mismo, tomó el consejo, que debe perfeccionarse en la plenitud de este en el consejo de su verdad y para ello encontró la escritura para adherirse a la verdad (Jn 8, 32). Cuando un hombre se defiende con la verdad en la vida con la misma humildad certifica y testifica, da caridad Bajo la inspiración de las razones, que no puede ser sustituido. Ella "se regocija en la verdad" (Cor 13, 6). Los hombres todos ellos pueden amar de verdad impulsados desde el corazón: el amor de la verdad al igual que claramente nunca los abandona, ya que dicen que delante de él la vocación que Dios ha puesto en el riquezas diferentes del corazón humano. De la pobreza y el amor humano y la verdad de Jesucristo limpia adquisición se construirá nuestro amor, y en la plenitud de la voluntad
del verdadero propósito de la vida, muestra que para nosotros se ha hecho a Dios. En Cristo el amor de las personas es la verdad en su cara, y su llamada se hace para que amemos a nuestros hermanos en la verdad de su propósito. Porque Él es la Verdad (Jn 14, 6).
donde quiera que estemos los de buena voluntad allá está El y a El no les importan las fronteras y las divisiones que nosotros inventamos
cuando después de las palabras devienen lo silencios son importantes los momentos gratos recuerdos de momentos gratos
LAURA. DAME UN BESO "En nuestro pueblo todos éramos más o menos forasteros. Se vivía del comercio internacional y de los empleos del Gobierno, la aduana, el correo, el cuartel,
También la empresa del ferrocarril mantenía allí un gran taller, pero quedaban algunos pequeños propietarios, herederos de los primitivos colonizadores del desierto.
Una de esas familias, vecina nuestra, tenía una hija, Laura, de ocho a diez años; lindos ojos maliciosos y piernas ágiles.
La encontraba a menudo, sin hablarle, hasta que una vez di con ella estando yo en compañía de Tocho. Este Tocho era un niño rico, atrevido y buen mocito. Al ver a Laura gritó:
Dame un beso. La chiquilla lo miró con descaro, le hizo un dengue y echó a correr, riéndose y agitando la mano en amenaza vaga. Otra vez, ya solo, tropecé casi con Laura. Llevaba yo en la mano unos caramelos. Sin darme tiempo a ocultarlos, me miró y dijo: Pepe: dame un caramelo… Toma –repuse ofreciéndole-; pero tú, dame un beso. Cogió ella el dulce y escapó. No recuerdo que el incidente me dejara mayor impresión, y quizá la hubiera olvidado de no haber tenido consecuencias.
Días después, ya metido en cama, escuché que nos visitaba, según su costumbre, el viejo caballero padre de Laura. Conversó de cosas indiferentes; pero de pronto exclamó, dirigiéndose a mi padre:
-¿Qué cree usted que hizo el otro día su Pepillo?… Pues le pidió un beso a Laurita… en plena calle… -¿Será posible?- comentó mi padre. Habrá que castigar a ese muchacho- afirmó, severa, mi madre.
Luego cambiaron de asunto y me quedé esperando el regaño que seguiría a la despedida de nuestro vecino. Al marcharse éste, fingí un sueño profundo, y con sorpresa vi que no me despertaban.
Miren la mosquita muerta, pidiendo un beso; y vaya que es bonita la chica – dijo únicamente mi padre." José
Vasconcelos
el señor ha venido para estar entre nosotros por un tiempo, él vino a contarnos de un mañana que no vemos claramente
por un pasado cargado de prejuicios por un presente lleno de frustraciones
mírame y sé color más tarde tu reír como sol por liebres por camaleones aprieta mi cuerpo entre dos líneas anchas que el hambre sea claridad duerme duerme
¿ves? somos pesados antílope azul sobre glaciar oreja en las piedras bellas fronteras oye la piedra viejo pescador frío grande con letra nueva aprender las muchachas de hilo de hierro, y azúcar giran largamente los frascos son grandes como los parasoles blancos oye rueda rueda rojaen las colonias recuerdo olor de limpia farmacia vieja sirvienta caballo verde y cereales cuerno grita flauta equipajes corrales oscuros muerde sierra ¿quieres? horizontal ver. ("El Domador de leones recuerda", Tristan Tzara, Veinticinco poemas, 1918)
José Enrique Rodo, Uruguay, 1872 Lecturas De la dichosa edad en los albores amó a Perrault mi ingenua fantasía, mago que en torno de mi sien tendía gasas de luz y flecos de colores. Del sol de adolescencia en los ardores fue Lamartine mi cariñoso guía. Jocelyn propició, bajo la umbría fronda vernal, mis ocios soñadores. Luego el bronce hugoniano arma y escuda al corazón, que austeridad entraña. Cuando avanza en mi heredad el frío, amé a Cervantes. Sensación más ruda busqué luego en Balzac... y hoy, ¡cosa extraña! vuelvo a Perrault,
me reconcentro, y río...
Una de las últimas escenas que describe El puño invisible es una exposición muy peculiar de Yves Klein, quien, por ese entonces, propugnaba la teoría de la "desmaterialización del objeto". Fiel a su tesis, el artista presentaba una galería vacía, sin cuadros ni muebles. El visitante recibía al ingresar un cóctel azul "que lo mantenía orinando del mismo color durante varios días". ¿Y la obra exhibida? "No existía: o sí, la llevaba el visitante en la vejiga", explica Granés. Por esos mismos días,
Piero Manzoni convertía en arte todos los cuerpos humanos que se cruzaban en su camino, con el dispositivo mágico de estamparles su firma en el brazo. Otros, comían excrementos, adornaban calaveras con brillantes o, como el celebrado Michael Creed, ganador del Turner Prize, prendían y apagaban la luz de una sala, proeza que la Tate Britain celebró explicando que, a través de este paso de la oscuridad a la claridad, el artista "exponía las reglas y convenciones que suelen pasar desapercibidas". (Y es seguro que se lo creía.)
¿Qué quedó de tanta alharaca y desvarío? En cuanto a obras concretas, casi nada. Lo menos perecedero que en pintura, poesía, música e ideas se produjo en Occidente en esos años no formó parte o, si lo hizo, se apartó pronto de la "vanguardia" y tomó otro rumbo: el de Mahler, Joyce, Kafka, Picasso o Proust. Aquélla acabó por convertirse en un ruidoso simulacro que, a menudo, galeristas, publicistas y especuladores del establecimiento trastocaron en pingüe negocio. O, todavía peor, en una payasada ridícula. Una vez más quedó claro que el arte y la literatura progresan con realizaciones concretas -obras maestras- más que con manifiestos y bravatas, y que la disciplina, el trabajo, la reelaboración inteligente de la tradición, son más fértiles que el fuego de artificio o el espectáculo-provocación.(Vargas Llosa)
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