sábado, 31 de diciembre de 2011

hojas de la bitácora local

ahí vamos viviendo y muriendo cada día como mortales comunes que somos















Margarito Duarte no había pasado de la escuela primaria, pero su vocación por las bellas letras le había permitido una formación más amplia con la lectura apasionada de cuanto material impreso encontraba a su alcance. A los dieciocho años, siendo el escribano del municipio, se casó con una bella muchacha que murió poco después en el parto de la primera hija. Ésta, más bella aún que la madre, murió de fiebre esencial a los siete años. Pero la verdadera historia de Margarito Duarte había empezado seis meses antes de su llegada a Roma, cuando hubo de mudar el cementerio de su pueblo para construir una represa. Como todos los habitantes de la región, Margarito desenterró los huesos de sus muertos para llevarlos al cementerio nuevo. La esposa era polvo. En la tumba contigua, por el contrario, la niña seguía intacta después de once años. Tanto, que cuando destaparon la caja se sintió el vaho de las rosas frescas con que la habían enterrado.


Lo más asombroso, sin embargo, era que el cuerpo carecía de peso. La santa GG Márquez


 como esos que son como nosotros aunque no reconozcamos que son como nosotros















Era él, viejo y cansado. Habían muerto cinco Papas, la Roma eterna mostraba los primeros síntomas de la decrepitud, y él seguía esperando. "He esperado tanto que ya no puede faltar mucho más", me dijo al despedirse, después de casi cuatro horas de añoranzas. "Puede ser cosa de meses". Se fue arrastrando los pies por el medio de la calle, con sus botas de guerra y su gorra descolorida de romano viejo, sin preocuparse de los charcos de lluvia donde la luz empezaba a pudrirse. Entonces no tuve ya ninguna duda, si es que alguna vez la tuve, de que el santo era él.



Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización.










grandes


























y pequeños



El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera. -Me pasa la cuenta -dijo. -¿A usted o al municipio? El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica. -Es la misma vaina. (un día de estos) GGM



-Cuatro -dijo el Jaguar. Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava.


Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio. -Cuatro -repitió el Jaguar- ¿Quién? -Yo -murmuró Cava- Dije cuatro. -Apúrate -replicó el Jaguar- Ya sabes, el segundo de la izquierda. Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón de] colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel. -¿Se acabó? ¿Puedo irme a dormir? -dijo Boa: un cuerpo y una voz desmesurados, un plumero de pelos grasientos que corona una cabeza prominente, un rostro diminuto de Ojos hundidos por el sueño.



Tenía la boca abierta, del labio inferior adelantado colgaba una hebra de tabaco. El Jaguar se había vuelto a mirarlo. -Entro de imaginaria a la una -dijo Boa-. )La ciudad y los perros Vargas Llosa) -¿Vas a seguir en lo mismo? -dijo el Jaguar. -¿Quieres decir robando? -El flaco Higueras hizo una mueca-.



Supongo que sí. ¿Sabes por qué? Porque la cabra tira al monte, como decía el Culepe. Por ahora me convendría salir de Lima. -Yo soy tu amigo -dijo el Jaguar-. Avísame si puedo ayudarte en algo. -Sí puedes -dijo el flaco-. Págame estas copas. No tengo ni un cobre. (Vargas Llosa)
ellos son los que son cuando decimos que se vayan todos cuando votamos a favor que se queden por mucho tiempo y por todos los que decimos que se vayan todos













tenemos muchos vicios y virtudes, pero entre nuestras virtudes no está la transparencia precisamente




por el vil dinero, Midas, cualquiera besa cualquier camiseta

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