La misma lógica
agustiniana de la solidaridad potenciada de brindarse desde donde se tiene pero
también desde donde no se tiene, la misma lógica del desprendimiento, de proyectar un lugar en
la historia del mundo a partir de la lucha entre la luz y las tinieblas, que
van en uno, entre lo eterno y lo temporal, entre lo supra sensible y lo
sensible, entre lo devino y lo anti divino, la misma lógica que supone que al
final sobrevendrá el bien sobre el mal, es la lógica que tendríamos que
terminar de entender en medio de las parodias de las contradicciones infinitas,
en los escenarios locales de la aldea propia en los escenarios globales donde,
la casualidad este año, nos une, en un campeonato mundial de futbol que además
nos une dentro de la aldea, con una fachada que durará justo hasta el partido
cuando debamos volvernos aunque lo hagamos con la copa, para no ser más
solidarios en el siguiente segundo, solidaridades que hubieran producido
sofocones a Agustín de tan fingidas, que no hubiera comprendido ni ahí, cómo
nos puede unir el futbol, y nunca el hambre de cerca de dos mil millones de
hermanos.
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