La misma lógica que aplicamos
para resolver los banal, cuando nos categorizamos por encima de los demás en
función de parámetros históricos insustanciales, la misma lógica con la que nos
escindimos de los que vienen atrás porque son inferiores y que sin confesarlo
nos escindimos de los que van por adelante porque son supuestamente superiores,
la misma lógica que en el extremo del egos nos sirve para calificarnos como los
mejores sin que otros calificados nos califiquen o para sentir socarronamente
que somos peores ante los que creemos que nos califican, es la lógica que una y
otra vez usamos en la aldea trivial, de la insignificancia total, para definir
las convivencias cotidianas de la organización interna que es más bien y por
estos motivos una desorganización porque al final cada uno tira para el lado
que más le convienes con prescindencia de prójimos y próximos, especialmente
los que en los extremos se creen tan buenos y equivocan calificándose o
calificando, ninguneando para abajo, descalificando a los diferentes no por
malos o ineficientes sino por ser diferentes, mientras arriba no superan sus
larvas de piltrafas convertidas en obsecuentes de los que ellos estiman están
en las cumbres, no es menor el poeta que escribe en Abdón Castro Tolay que el
que lo hace en un piso de Libertador, aunque el otro nunca salga de su quebrada
y este se arrastre en París, hay vida después de los ninguneos.
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