La misma lógica de absorber los
contextos o las personalidades insertas en esos contextos pagando el costo de
perder espacios de la propia personalidad, la misma lógica de dejar que te
pisen la cabeza mientras pones actitud de otario, la misma lógica de los
trastornos conocidos como síndrome de Zelig o síndrome del espejo, complementario
más para las mujeres que para los varones, la misma lógica de la mimetización
de la película de Allen, de un episodio de House, del famoso camaleón y del
perro del hortelano, y de sus distintas versiones ortodoxas y heterodoxas en
sus amplias acepciones, es la que tiene que primar entre las paranoias más
importantes e inconfesables que caracterizan nuestro más preciado ser nacional,
nuestro desperfecto en la identidad desbancada por la pérdida de la inhibición
por trastornos en el lóbulo frontal, es la lógica por la que probablemente
terminamos siendo lo que quieren que seamos, esos mismos que tienen nombres y
apellidos que conocemos pero que de cagones no los nombramos, con la maldita
explicación que ellos son los filántropos que crean fuentes de trabajos de
buenos que son y que además han nacido para el talento y la herencia, escoria
que explica la escoria de las mimetizaciones, el drama de hacerse el otro o de
camuflarse con la coyuntura, como con la inflación por estos días en la
convulsionada aldea, donde cualquier perejil con el título de economista
anuncia un Apocalipsis que no llega.
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