lunes, 27 de febrero de 2012

hojas arrugadas

Ingredientes para Empanadas riojanas : Masa: 1 kg. de harina 200 gs. de grasa derretida Salmuera Relleno: 1/2 kg. de carne picada con cuchillo 100 gs. de grasa de pella picada con cuchillo 1/4 kg. de cebolla Sal y pimienta 4 pasas de uva por empanada 1/4 de huevo duro para cada empanada Conversor de medidas (pesos, volúmenes, temperaturas...)



Sobre la receta Empanadas riojanas Cómo hacer Empanadas riojanas paso a paso: Masa: Sobre la mesada de la cocina poner la harina en forma de corona, agregar la grasa tibia junto a la salmuera, ir uniendo hasta formar una masa suave y vea que forme globitos Separar trozos de masa, estirar y cortar los discos de empanadas de aproximadamente 15 cm de diámetro. Reservar. Relleno: Poner la grasa a derretir en una sartén y rehogar la cebolla, cuando esta se ponga transparente saltear la carne, retirar salpimentar y dejar enfriar. Cuando el relleno este bien frío, rellenamos los discos de empanadas.



Poner sobre la mesada un disco de empanada, agregar ene l centro una cucharada bien colmada de relleno, agregar 4 pasa de uva y 1/2 huevo duro picado, hacer el repulgue y hornear en horno previamente calentado durante 8 a 10 minutos.
Masa: harina, 1 kg; grasa de pella derretida, ½ cucharón; salmuera caliente, cantidad necesaria. Relleno: carne de cuadril picada a cuchillo, 1 y 1/2 kg; cebolla, 1 y 1/2 kg; morrón colorado, 1; papa, 1 mediana; cebolla de verdeo, 1 o 2 bien picadas; sal, pimienta ají molido, pimentón y comino a gusto; huevos duros, aceitunas y pasas de uva, optativos.







Preparación: Se pone la harina en la mesa en forma de
corona. En el centro la grasa de pella derretida bien caliente a la que se mezclará con un tenedor la salmuera también caliente. Cuando la mezcla esté tibia, se le irá incorporando la harina hasta formar una masa que se soba hasta que forme globitos, es decir que quede lisa y elástica. Con esta masa se hacen rollos largos y se van cortando bollitos que se estiran uno a uno para formar los discos con los que se armarán las empanadas. Por otra parte, para hacer el relleno se pone a rehogar la cebolla en aceite hasta que esté transparente.



Se agrega el morrón cortado muy fino y una vez bien mezclados se adiciona la carne. Cuando ésta pierde el color rojo, se pone la sal, el comino y el pimentón y luego las papas cortadas en cubitos. Cuando todo está más o menos cocido, se retira del fuego y se le echa la pimienta, ají molido y la cebolla de verdeo bien picadita. Si se desea, se puede agregar huevos duros picados finos, aceitunas (con o sin carozo, a gusto) y pasas de uva. Nota: para armar las empanadas el relleno debe estar frío. Es preferible hacerlo la noche anterior y tenerlo en la heladera o lugar frío hasta el momento de armarlas.



Si uno se refiere a los orígenes de las empanadas que se comen en Argentina, este parece estar en el pueblo de Persia muchos años antes de Cristo, de hecho, si uno prueba los clásicos fatay verán que en algún punto son muy parecidos a las actuales empanadas. La ocupación de los árabes en España hizo que esta comida se fuera difundiendo por todo el mundo. A Argentina llegaron de la mano de los colonizadores y se extendieron por toda la región adquiriendo diferentes características según la zona en que se cocine. Hay variantes más o menos jugosas, algunos le ponen patata hervida, otros huevos, otros pasas de uvas o aceitunas, pero la base es la misma, una rica carne vacuna y una cebolla picada bien fresca. Para cocinarlas unos las hacen al horno (común o de barro) mientras que otros prefieren freírlas en sartén.


 Si hacemos un listado de las comidas típicas argentinas, las empanadas disputan el primer lugar con el asado. Ellas pueden verse en todas las provincias, donde se le colocan ingredientes autóctonos que las hacen especialmente ricas. Te daremos un ejemplo, las empanadas riojanas llevan carne, cebolla de verdeo y patata, algunos las comen con más o menos picante, pero en ningún caso puede faltar el ají en su preparación.


Un accidente de tráfico Cancela y Lusarreta Quince años después de haberse resignado a ser un espectro de su prístina gloria callejera, Rearte llegó a la estación más temprano que de costumbre. El "mal de Bright" —y no ciertamente de aquel Bright de la Compañía Anglo Argentina— hace a los hombres madrugadores. Lamentándose, con las palmas de las manos en la cintura y maldiciendo entre dientes, sentóse el viejo conductor en el alféizar de una ventana baja, bajo el cobertizo en que se alineaban los tranvías con el aire juicioso de bestias en pesebre.
 Frente a él una canilla mal cerrada goteaba isócrona y melancólicamente, agrandando con imperceptible tenacidad un ojo de agua que avivaba con su brillo la hostil fisonomía del corralón. —Debe haber estado así toda la noche —pensó—; cada vez son más descuidados estos serenos. ¡Hijos de tal por cual! Conmigo habían de tratar e iban a andar derechitos. Aquella débil corriente trájole a la memoria los anti­guos tiempos, cuando a las cuatro gotas de lluvia inundábanse las mal niveladas calles de Buenos Aires. Por las Cinco Esquinas... ¡qué barriales!
Ni con las cuartas se salía del atolladero, y era preciso esperar a que amainase, sentándose con los pasajeros en el respaldo de los asientos para esquivar el agua que llegaba al estribo inundando a veces el interior de los coches... Pero la gente era otra cosa; todos conocidos, todos amigos, sabía uno con quién trataba y a quién llevaba; se podía echar un párrafo y fumar un "Sublime" o un "Ideal" con cualquiera, y desde las puertas, en el verano, las familias que tomaban el fresco le daban a uno recuerdos para la familia... "Verdad es —pensó— que ni eso valen." Ajustó las cadenas, trepó al pescante después de enrollarse al pescuezo la bufanda, silbó entre dientes una diana alegre, arreó a los infelices caballejos con un chasquido de lengua, y con un irónico "¡Vamos, Bonito! ¡Vamos, Pipón!" arrancó el tranvía chirreando y crujiendo de todos sus goznes, junturas, vidrios y tablillas. —¿Me alcanza la canasta ahora? Accedió él galantemente, y mientras la negra rebuscaba en el bolsillo lleno de migas y medallas los dos pesos del viaje, comentaron el tiempo: —Fresquita la mañana, ¿eh? —Güena pa bañarse en el río. —Como pa quedarse pasmao. Un poco más lejos, desde un balcón bajo, una chinita mofletuda le mandó parar, mientras gritaba hacia el interior: —¡El trangua, patrón, que pasa el trangua! Salió agitadamente del portal un caballero solemne con levita y galera, que protestó enérgicamente: —¡Qué horario desastroso! ¡No hay forma de desayunarse, y aun así llega uno tarde a todas partes! Pésimo servicio... abusos... —Buenos días, don Máximo —cortó humildemente la mulata. —Buenos, Rosario —y refiriéndose a algún sobreentendido—: ¿Están tiernitas? —Acabadas de salir del sartén. Si gusta... Aceptó el caballero solemne una empanada crujiente que puso escamas de oro en la deslustrada solapa de su levita. Rearte se acordaba de aquellas voces, aquel delicado aroma culinario; se sentía remozado e involuntariamente llevóse la mano a la oreja para cerciorarse si estaba en su puesto el clavel reventón, furtivamente arrancado de la clavelina del patio, que florecía en una lata grande de café. No, no lo llevaba, pero ¡claro está! Si era invierno... —¿No quiere subir a dar una vuelta? La llevo de yapa —preguntó Rearte a una morochita regordeta que lavaba el umbral de una casa. Contestó ariscada la muchacha: —Y usted ¿no quiere que de yapa le friegue la jeta?
Frente a la Piedad se llenó el tranvía; hizo lugar, muy deferente, el padre Prudencio a una dama elegante con velito sobre los ojos y rosario enredado entre los dedos muy finos. Ella respondió apenas con condescendencia e hizo un gesto amistoso a un señor de barba rubia ya algo canosa. —¿Tan tempranito y sola? —De la iglesia; ya sabe que todos los meses vengo a comulgar expresamente. Y usted ¿adónde va a estas horas y en "tramway"? —Vuelvo, Teodorita, vuelvo... —¡Y me lo dice! ¡Qué escándalo! —Es que, desgraciadamente, vengo del club; toda la noche discutiendo el programa de propaganda.
—Y eso, para que salga la candidatura de Juárez... —Es a lo único que me atrevo a decirle a usted que no, Teodorita; don Bernardo tiene el apoyo de la razón. —Y Juárez, el del pueblo. Pero dígame, ¿entonces, no estuvo anoche en el Colón? —No tengo el don de la ubicuidad. ¿Qué tal "Lu­crecia"? —"Lucrecia" mal; pero, en cambio, si hubiese visto a Guillermina... —No sea murmuradora. Hablemos de otra cosa. —¿Es que tiene miedo? En fin, como vuelvo de con­fesarme y he prometido no pecar de lengua... El caballero procuró distraerla. —Entonces, ¿no es gran cosa la Borghi Mamo? —No se lució, le aseguro. ¡Cuando uno recuerda aquella "Lucrecia" de la Teodorini! ¿Y el bajo? ¡En "Vieni, mia vendetta" creí que se me rompían los tímpanos!... Estornudó un señor casposo con gruesos botines de elástico picados en los juanetes, que leía las "Noticias" de "La Nación". —Hombre, no está mal esto... —¿Qué? —indagó un joven que se entretenía en hacer en voz alta anagramas con los avisos que decora­ban el interior del coche. —Se piden felpudos en los tramways de San José de Flores, para evitar a los pasajeros el frío en los pies yo sufro mucho de eso.

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