martes, 7 de febrero de 2012

hojas doradas

A la "Paso de La Patria" Se limpia, descama y corta en rodajas de 3 cms. un dorado. Se lo marina por una hora en una mezcla de jugo de limón, sal y pimienta. Se los pasa luego por harina y se los fríe en abundante aceite caliente hasta solo dorarlos. Se sacan y se colocan sobre una fuente para horno. En el mismo aceite se fríen 2 ó 3 cebollas picadas hasta dejarlas transparentes, se sacan, se escurren y se colocan en una licuadora con: 2 ó 3 dientes de ajo picados, 1/2 taza de perejil picado, unas hojas de albahaca fresca picadas, un chorro de jugo de limón, sal y pimienta a gusto y 1/2 taza de agua. Aparte se hierven unas papas medianas con cáscara. Se sacan y cortan en rodajas de más o menos unos 2 cms. y se colocan sobre el pescado acomodado en la fuente formando una capa, se le vuelca encima la pasta de la licuadora y se lleva a horno fuerte por unos 20'. Se le puede agregar al un poco de crema de leche a la pasta de las cebollas. Servir muy caliente.

El consejo: Blanco del bueno frío.
A la plancha o a la parrilla Abrirlo, limpiarlo bien, lavarlo con abundante agua y cortarlo en rodajas de aprox. 2 cms. Marinar las rodajas en aceite de oliva, jugo de limón, perejil fresco picado y cebolla picada por una hora mas o menos. Si es del gusto también ajo y pimienta. Ponerlas sobre la plancha o parrilla previamente untadas con este menjunje y asarlas vuelta y vuelta. Rociarlas con el menjunje y jugo de limón solo de vez en cuando. Espolvorear con perejil fresco picado y servir acompañado de una ensalada verde fresca y algún blanco del bueno.





Frito En filetes, (con el trabajo previo) marinarlas en el mismo líquido raro. Poner a calentar en una olla abundante aceite y sumergir el pescado previamente enharinado. Preparar en un recipiente el jugo de algunos limones y cuando se sacan los filetes ya fritos sumergirlos en él unos segundos. Sacarlos, espolvorear con perejil fresco picado (si gusta) y acompañar con unas buenas papas fritas o, si son al natural agregarles mucho pimentón del bueno y abundante cerveza fría o un blanco seco de lo mejor que podamos encontrar.



A la "Pier" Se limpia, descama y abre bien al medio un dorado. Se lo salpimentar a gusto, se lo coloca en una asadera sobre una rejilla o sobre tirantitos de madera para que desgrase. Se lo rellena con las rodajas de tomate y cebolla y las julianas de morrón. Se lleva a horno unos 35 a 45 minutos (dependiendo del horno y de lo que pese), se lo retira y se le agrega la salsa provenzal. Se vuelve a llevar al horno unos 10' más. Salsa Provenzal a la "Pier" Se le agrega una salsa provenzal hecha con: Ajo y perejil picados, aceite de oliva, sal y las dos cucharadas de "ragú". Se puede acompañar con papas noisette naturales o fritas. Lo acompañan con buen gusto también verduras de hoja cocidas, espárragos al natural o algún puré de zapallo a la crema (por la suavidad), algún souffle de zanahoria o espinacas, ensalada rusa, etc.



El consejo: Blanco seco del bueno. Si no tiene, una cerveza
DORADO A LA SEVILLANA Escamado, abierto y lavado, se cortará el dorado en trozos transversales del grosor de cinco centímetros, que se pondrán a curtir, durante una hora, en agua sazonada con sal, y fuertemente saturada de vinagre. Tendráse cuidado de que este remojo se haga en una vasija de madera, de terra-cotta , o al menos esmaltada de porcelana a causa del vinagre, agente principal de esta confección. En seguida, se envuelven en harina los trozos del dorado, y se fríen con manteca de chancho, en una cacerola esmaltada. La cabeza se cocerá en una olla igual a la anterior, y agua sazonada con sal y vinagre. Hecha esta preparación se acomoda en una fuente la fritura, en círculo, y al centro la cabeza, vertiéndose sobre el todo, una salsa de aceite, vinagre, sal, pimienta, cabezas de cebolla en rebanadas, tomates y perejil picados, y rajas de ajíes verdes, llevando como relieves, aceitunas y escabeches, entre ramitas de hierbas finas. Isabel López de Palma (Sevilla)




El pescador y el pez dorado [Cuento. Texto completo] Alexandr Puchkin Érase una vez un pescador anciano que vivía con su también anciana esposa en una triste y pobre cabaña junto al mar. Durante 33 años el anciano se dedicó a pescar con una red y su mujer hilaba y tejía. Eran muy pero que muy pobres. Un día, se fue a pescar y volvió con la red llena de barro y algas. La siguiente vez, su red se llenó de hierbas del mar. Pero la tercera vez pescó un pequeño pececito. Pero no era un pececito normal, era dorado. De repente, el pez le dijo con voz humana: -Anciano, devuélveme al mar, te daré lo que tú desees por caro que sea. Asombrado, el pescador se asustó. En sus 33 años de pescador, nunca un pez le había hablado. Entonces le dijo con voz cariñosa: -¡Dios esté contigo, pececito dorado! Tus riquezas no me hacen falta, vuelve a tu mar azul y pasea libremente por la inmensidad. Cuando volvió a casa, le contó a la anciana el milagro: que había pescado un pez dorado que hablaba y que le había ofrecido riquezas a cambio de su libertad. Pero que no fue capaz de pedirle nada y lo devolvió al mar. La anciana se enfadó y le dijo: -¡Estás loco! ¡Desgraciado! ¿No supiste qué pedirle al pescado? ¡Dale este balde para lavar la ropa, está roto! Así, se volvió al mar y miró. El mar estaba tranquilo aunque las pequeñas olas jugueteaban. Empezó a llamar al pez que nadó hasta su lado y con mucho respeto le dijo: -¿Qué quieres, anciano? -Su majestad pez, mi anciana mujer me ha regañado. No me da descanso. Ella necesita un nuevo balde porque el nuestro está roto. El pez dorado contestó: -No te preocupes, ve con Dios, tendrás un balde nuevo. Volvió el pescador con su mujer y ella le gritó: -¡Loco, desgraciado! ¡Pediste, tonto, un balde! Del balde no se puede sacar ningún beneficio. Regresa, tonto, pídele al pez una isba1. Así volvió el viejo al mar y éste estaba revuelto. Llamó de nuevo al pez y éste le preguntó: -¿Qué quieres, anciano? -Su majestad pez, mi anciana mujer me ha regañado aún más. No me da descanso. La anciana amargada pide una isba.
El pez dorado contestó: -No te preocupes, ve con Dios, tendrás una isba. Cuando volvió, se encontró a la anciana sentada en una piedra y, a sus espaldas, había una maravillosa isba con chimenea de ladrillo y un gran portón. No quedaba rastro de la cabaña de madera. -¡Estás loco! Desgraciado! -volvió a gritarle la anciana-. No quiero vivir como una pobre campesina, quiero ser de burguesa. De nuevo, volvió al mar a buscar al pez. El mar no estaba en absoluto tranquilo. Llamó al pez y esté le dijo: -¿Qué quieres, anciano? -Su majestad pez, mi anciana mujer me ha regañado nuevamente. No me da descanso. Ella quiere dejar de ser campesina, quiere ser de burguesa. -No te preocupes, anciano. Ve con Dios. Cuando volvió, vio a su esposa ataviada con ropas caras, un collar de perlas, botas rojas y una corona. Tenía criados a los que azotaba continuamente. El viejo le dijo: -¡Buenos días, noble señora! ¡Estarás ahora contenta! Pero ella ni lo miró y lo hizo llevar a las cuadras. Volvió a obligarle a ir al mar por la fuerza. Incluso llegó a pegarle en la cara. Ya no quería ser burguesa y le dijo que le pidiera al pescado que le convirtiera en zarina2. Eso hizo el anciano. Volvió al mar, que estaba de color negro y agitado y le pidió al pez lo que su anciana mujer le había solicitado. Cuando volvió a la aldea, su mujer estaba sentada en una gran mesa llena de manjares y servida por infinidad de criados. Detrás había soldados con hachas que vigilaban su seguridad. El viejo hizo una reverencia y le dijo: -¡Buenas, Su Alteza Zarina! -y ella lo hizo sacar de allí a palos y casi le dan con las hachas.
Esa semana la anciana lo hizo llamar de nuevo. Le dijo que quería ser la dueña del mar y poseer incluso al pez mágico. Lo mandó de vuelta al mar para que cumpliera con sus deseos. El anciano le dijo al pez que su mujer quería ser la dueña de todo, vivir en el mar y por supuesto, poseerlo a él. El mar estaba absolutamente revuelto. Había una tormenta con olas tremendamente grandes y daba miedo acercarse. El pez le salpicó con la cola y no dijo nada. De repente, el anciano se encontró en su barca pescando con su vieja red. En la orilla, su anciana y amargada mujer estaba sentada frente a la casucha en la que habían vivido siempre. A sus pies, estaba el balde roto.

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