jueves, 14 de febrero de 2013

En primera persona

Elogio de la sinestesia. Eso es lo que nos mata a los que pretendemos estar contados entre los que se mueven como científicos o científicos de segunda siquiera o intelectuales o como artistas si bajamos todos los niveles o subimos que da lo mismo el orden que se le quiera dar a la escala que es una escala trucha, absolutamente trucha y edipiana si vale esta adjetivación para los que no hacemos más que mirarnos el ombligo por estos lados, probablemente con la remembranza que eso nos ató al único ser para el que fuimos algo realmente, eso es lo que nos mata los pedos atómicos que pasan por nuestros sueños y nuestras pesadillas por nuestras propias iniciativas que así vamos desaprovechando, las ambigüedades las bipolaridades, y la dependencia especialmente la dependencia que está fuertemente ligada a la herencia, a la genética de un cóctel de espermatozoides y óvulos demasiado variado para que encima salgamos cuerdos, ese crisol de razas del sanjuanino segregacionista que tuvimos es el gran vicio, nacional como mínimo, lo mismo que él presentó como una virtud del ser nacional es un vicio en realidad que nos hace atravesados, eso es lo que nos mata la originalidad somos todos accesorios, intelectuales que se autoproclaman, excelencias otorgadas por parentescos, excelsitudes por categorías es mejor el profesional del doctor de la UBA que el de la UP o el de la UCS, majestuosidades por declaraciones tenemos los mejores científicos los mejores investigadores los mejores escritores, que siempre son porteños porque los de la aldea para adentro ni existen salvo que los adopten, eso es lo que nos mata la sinestesia de apreciaciones, por eso tenemos ciencia y literatura de cuarta categoría que encima están siendo definitiva e irreversiblemente purgadas por la maravilla de la internet que democratizó la información y definitivamente transparentó en la horizontalidad los mercados, a partir de la internet no hay más mentiras se perderán las conferencias de auto elogios de consternaciones actuadas para declarar ante grandes auditorios que somos los mejores, porque esta sinestesia que nos agobia, eso justamente que no mata que nos saca de la originalidad y nos vuelve artificiales atraviesa el tiempo sin posibilidades de reversibilidades, ¿hay en nuestras ciencias especialmente en las sociales proposiciones genuinas? ¿hay en nuestra literatura obras comprometidas?, porque premiadas hay muchas pero los premios no indican nada más que un jurado presuntamente calificado de unas cuantas personas que dicen que somos buenos lo que no significa que los seamos incluidos los Nobel por las dudas, así que buenos escritores son los que se ven en la cancha y ahora por suerte cada vez más la cancha es abierta libre de elegidores y de censores, allí están los lectores los que cliquean cada día lo que se les propone, eso es lo que nos mata la sinestesia. He llegado a la conclusión de que lo que escribo no le importa a nadie. Hagamos un simple cálculo. La edición dominical de PERFIL debe vender varios cientos de miles de ejemplares. Imaginemos que de ese total, diez por ciento lee el suplemento Cultura, es decir, para redondear, unos 10 mil lectores. Digamos luego que de esos 10 mil lectores, el 10% llega hasta la contratapa, o sea, unos mil. Y que de esa cantidad, 10% lee finalmente mi columna. En total, cuento con… ¡cien lectores! Escribir para nadie: ¡he aquí la verdadera libertad de expresión! Y también allí, tal vez, resida parte del encanto de la literatura, al menos de la literatura que me interesa. Mi columna de denuncia terminaba con una mención a Héctor Libertella, cuyo rostro ni siquiera fue elegido para ilustrar la nota en la versión impresa. Efectivamente, somos demasiado underground… Realizo entonces un nuevo intento, como para recordar su proyecto Cavernícola, la radical dimensión política de la escritura en las cuevas: “También comprendido desde el mercado, el rol de las vanguardias se computa por su apuesta política. Si todo proyecto liberal –resucitado–pasa por la escritura en las cuevas, aunque apoya y estimula finalmente a la vanguardia internacionalista, y si toda sombra de proyecto ‘nacional’ ocasionalmente se identifica con la escritura de las cuevas en un momento neutral y un segundo antes de hacer alianza con el ‘populismo’, entonces aquella forma tenaz de la escritura es ella misma la práctica de un momento político, el eje de un juego que supone postergaciones, máscaras (…) frente a los cuales estos talladores esperan en su cocina, en su cueva (…) son, en efecto, esas máscaras, la indiferencia, la postergación, la habilidad para sobrevivir en los cambios del mercado, la producción de efectos plurivalentes y antagónicos, para eludir toda matriz populista o liberal”. ( resumiendo a Damián Tabarovski )

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