viernes, 22 de febrero de 2013

En primera persona


Sanatas.
Y son las sanatas decir todo sin decir nada son lo mismo que hablar durante horas sin que se caiga una puta idea como hacen la mayoría de los que conocemos por acá por la aldea anden por donde anden, eso son abundancias de palabras para mostrar las escaseces son las sanatas abundar en signos simbolismos entremeses para disimular ausencias falsas neutralidades agotamientos desactualizaciones, necesariamente no son ni malas ni buenas, son las sanatas, elementos de disuasión por medio del discurso insustancial para escaparle a la perorata sustancial una cháchara de palabrerío que parece coherente sin serlo que transmite erudición de quien la da sin que necesariamente la tenga, las sanatas tienen alcances de solemnidades lingüísticas sin serlo, su naturaleza no es natural es artificial con un objeto, son las interlocuciones preferidas de los que por acá se entregan entre ellos mismos distinciones y premios, las sanatas son discursos que parecen prolijamente fragmentados pero son obviedades desprolijamente armadas con faltas de consideraciones y respetos para con los interlocutores.

Ejemplo, este gobierno destruyó el prestigio del INDEC cuando cualquiera que anduviera cerca sabe muy bien que este prestigio no existió nunca.
Deslicé el término distraídamente el domingo pasado, para probar. Recibí un par de protestas previsibles que objetaban el anglicismo, y otras que no parecían entenderlo del todo. En este momento, está Horacio González hablando por televisión. Dice que “el buquebus anula el río”. Eso es bullshit. No son tonterías, ni sandeces. “Sanata” sería una traducción posible, pero no alcanza. H. G. Frankfurt dedica un tercio de su libro sobre el tema a justificar la elección del término, analizando en detalle sus usos posibles. Más que su sentido coloquial, me interesa la acepción precisa y filosófica de bullshit, definida por Frankfurt como algo sustancialmente distinto de la mentira, algo que el orador enuncia para establecer una impresión sobre sí mismo. Horacio González no quiere convencernos de que el buquebus anula el río; lo que le importa es lo que los demás piensen de él. Su afirmación no se basa en una convicción acerca de algo que es cierto, ni tampoco –como sí sucede en la mentira– en una convicción, aunque sea aparente, acerca de algo que es falso. El bullshiter, sin embargo, no siente la necesidad de alinearse ni con la verdad ni con la mentira. Los hechos son irrelevantes para él, salvo en cuanto sean pertinentes para poder decir lo que se le ocurre. No le importa si las cosas que dice describen a la realidad correctamente o no. Simplemente las va eligiendo o inventando para usarlas como él quiere. No tiene por qué limitarse a introducir una falsedad en un punto específico de su discurso, ni está obligado a acomodarse a verdades necesarias alrededor de ese punto. Está dispuesto, si hace falta, a falsificar también el contexto.” Este viernes se cumple un año de la masacre ferroviaria en Once. Entonces, el secretario de Transporte culpó a los pasajeros por preferir el primer vagón y aclaró que si el accidente hubiera sucedido en un día feriado los muertos habrían sido muchos menos. 100% bullshit, pero con consecuencias más graves, proporcionales a lo que le tocó negar. Hace unos días mataron de cuatro tiros por la espalda a Leonardo Andrada, un maquinista que había sido llamado como testigo en la causa de Once. Después, mientras velaban a Andrada, dos hombres forzaron la puerta de su casa y amenazaron a sus familiares. Estas noticias no aparecieron en la portada de los diarios; hubo que buscarlas con lupa para enterarse de que habían sucedido. Nixon renunció por mucho menos. (Resumiendo a Guillermo Raffo)



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