lunes, 25 de febrero de 2013

En primera persona.


Carruseles
Momentos más que una suma de momentos durante los cuales giramos mientras otros nos giran porque somos permisivos permeables astringentes de costumbres foráneas, taimados, instantes de glorias rutinas de desganos, excepciones excepcionales antes que regulares, igual en la vidriera irrespetuosa de los cambalache, no hay entretenimiento que nos describa tan aproximadamente, limitados rotando alrededor de un eje en las formas que fueran alguna de fantasías otras reales otras virtuales, extendiendo nuestras manos en aras de agarrar las sortijas que nunca agarramos pero soñando con ello y con los amables pero rígidos señores bigotudos con reflejos mejores que los nuestros, circulares, vuelteros, desvencijados, apegados a la suerte por la inexistencia de oportunidades de lo que somos primeros responsables, ubicuos por cuenta propia, mezcla de alegría tristeza nostalgia, lindos por afuera embromados por adentro, vuelteros y sortijeros y bullangueros eso somos, retazos de historias propias y generales, únicos, me pregunto si serán rasgos distintivos de nuestras identidades o si serán en realidad rasgos universales con los cual quedamos parcialmente exculpados de los crasos errores en los que entramos con estas iniciativas, redondos, curvos, curvados y enervados.

 (resúmen Ana Clara Pedotti) Son sinónimo de la infancia. En 1870 llegaba a Buenos Aires la primera calesita desde Francia y a partir de ese momento, los pequeños porteños se fanatizaron con este juego. Sin embargo, el comienzo del siglo XXI las encontró en riesgo. "Con la llegada de los shoppings muchos vecinos dejaron de traer a sus hijos a las calesitas y priorizaron otro tipo de paseos", cuenta Juan Carlos, encargado desde hace cuatro décadas de una calesita ubicada en el parque Avellaneda. Al recibir menos chicos, muchas se vieron obligadas a cerrar. Para evitar su desaparición, en 2007, el gobierno de la ciudad declaró las cuarenta calesitas porteñas parte del patrimonio cultural de Buenos Aires. A partir de ese momento, los calesiteros se comprometieron a preservar esta colorida parte del paisaje. A cambio, deben pagar un canon fijo por la concesión de la calesita, que en la actualidad es de $ 600. El mes que viene, se renovarán estos convenios y se actualizarán los montos para aquellos espacios que también tengan juegos para los más chiquitos. En esos casos, el costo de la concesión se elevará a $ 800, confirmó Silvia Imas, directora de Concesiones del Ministerio de Desarrollo Económico de la ciudad. "Para la Ciudad es importante que las calesitas sean artesanales y sean propiedad de familias de calesiteros; esto asegura continuidad y el cariño por su oficio en beneficio de los vecinos y de la ciudad", destaca la funcionaria. A pesar de los avances de la tecnología, los más chicos se tientan cuando pasan por una calesita y piden dar una vuelta. "Hay algo en las calesitas que es mágico, que me atrajo a mí y los atrae a ellos", dice Elena, que lleva a sus nietos a la que está en el parque Chacabuco. "Es un entretenimiento sano, lindo y económico", destaca. Una vuelta en calesita cuesta tres pesos. Desde marzo, pasará a ser de cuatro. "Es verdad que competimos un poco con los juegos de los shoppings, pero la realidad es que las calesitas continúan siendo el paseo más barato y más entretenido para los chicos pequeños", afirma Rodrigo, encargado de la calesita del parque Lezama, en San Telmo. Los dueños de las calesitas saben que su éxito y su rentabilidad están condicionados por la situación económica del barrio donde se ubiquen. Así, hay algunas que "funcionan mejor" que otras. La calesita de Devoto, instalada en la plaza Arenales, en el corazón de ese barrio, es un ejemplo de prosperidad. Cada sábado y domingo decenas de niños se acercan para intentar sacar la sortija. "En barrios de menos recursos, enseguida se nota cuando la economía empieza a tener problemas, porque los padres empiezan a recortar este tipo de gastos", cuenta Raúl, al frente de una calesita en el parque Patricios. Con pasión, los calesiteros mantienen sus emprendimientos durante generaciones, a pesar de las fluctuaciones económicas. "Éste es un negocio estacionario, como el de las heladerías. Tenemos dos meses fuertes al año, pero, además, estamos muy condicionados por el clima", señala Raúl. "Pero ni soñaría con cerrar mi calesita.".

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