Carruseles
Momentos más que una suma de
momentos durante los cuales giramos mientras otros nos giran porque somos
permisivos permeables astringentes de costumbres foráneas, taimados, instantes
de glorias rutinas de desganos, excepciones excepcionales antes que regulares,
igual en la vidriera irrespetuosa de los cambalache, no hay entretenimiento que
nos describa tan aproximadamente, limitados rotando alrededor de un eje en las
formas que fueran alguna de fantasías otras reales otras virtuales, extendiendo
nuestras manos en aras de agarrar las sortijas que nunca agarramos pero soñando
con ello y con los amables pero rígidos señores bigotudos con reflejos mejores
que los nuestros, circulares, vuelteros, desvencijados, apegados a la suerte
por la inexistencia de oportunidades de lo que somos primeros responsables,
ubicuos por cuenta propia, mezcla de alegría tristeza nostalgia, lindos por
afuera embromados por adentro, vuelteros y sortijeros y bullangueros eso somos,
retazos de historias propias y generales, únicos, me pregunto si serán rasgos
distintivos de nuestras identidades o si serán en realidad rasgos universales
con los cual quedamos parcialmente exculpados de los crasos errores en los que
entramos con estas iniciativas, redondos, curvos, curvados y enervados.
(resúmen Ana Clara Pedotti) Son sinónimo de la
infancia. En 1870 llegaba a Buenos Aires la primera calesita desde Francia y a
partir de ese momento, los pequeños porteños se fanatizaron con este juego. Sin
embargo, el comienzo del siglo XXI las encontró en riesgo. "Con la llegada
de los shoppings muchos vecinos dejaron de traer a sus hijos a las calesitas y
priorizaron otro tipo de paseos", cuenta Juan Carlos, encargado desde hace
cuatro décadas de una calesita ubicada en el parque Avellaneda. Al recibir
menos chicos, muchas se vieron obligadas a cerrar. Para evitar su desaparición,
en 2007, el gobierno de la ciudad declaró las cuarenta calesitas porteñas parte
del patrimonio cultural de Buenos Aires. A partir de ese momento, los
calesiteros se comprometieron a preservar esta colorida parte del paisaje. A
cambio, deben pagar un canon fijo por la concesión de la calesita, que en la
actualidad es de $ 600. El mes que viene, se renovarán estos convenios y se
actualizarán los montos para aquellos espacios que también tengan juegos para
los más chiquitos. En esos casos, el costo de la concesión se elevará a $ 800,
confirmó Silvia Imas, directora de Concesiones del Ministerio de Desarrollo
Económico de la ciudad. "Para la Ciudad es importante que las calesitas
sean artesanales y sean propiedad de familias de calesiteros; esto asegura
continuidad y el cariño por su oficio en beneficio de los vecinos y de la
ciudad", destaca la funcionaria. A pesar de los avances de la tecnología,
los más chicos se tientan cuando pasan por una calesita y piden dar una vuelta.
"Hay algo en las calesitas que es mágico, que me atrajo a mí y los atrae a
ellos", dice Elena, que lleva a sus nietos a la que está en el parque
Chacabuco. "Es un entretenimiento sano, lindo y económico", destaca.
Una vuelta en calesita cuesta tres pesos. Desde marzo, pasará a ser de cuatro.
"Es verdad que competimos un poco con los juegos de los shoppings, pero la
realidad es que las calesitas continúan siendo el paseo más barato y más
entretenido para los chicos pequeños", afirma Rodrigo, encargado de la
calesita del parque Lezama, en San Telmo. Los dueños de las calesitas saben que
su éxito y su rentabilidad están condicionados por la situación económica del
barrio donde se ubiquen. Así, hay algunas que "funcionan mejor" que
otras. La calesita de Devoto, instalada en la plaza Arenales, en el corazón de
ese barrio, es un ejemplo de prosperidad. Cada sábado y domingo decenas de
niños se acercan para intentar sacar la sortija. "En barrios de menos
recursos, enseguida se nota cuando la economía empieza a tener problemas,
porque los padres empiezan a recortar este tipo de gastos", cuenta Raúl, al
frente de una calesita en el parque Patricios. Con pasión, los calesiteros
mantienen sus emprendimientos durante generaciones, a pesar de las
fluctuaciones económicas. "Éste es un negocio estacionario, como el de las
heladerías. Tenemos dos meses fuertes al año, pero, además, estamos muy
condicionados por el clima", señala Raúl. "Pero ni soñaría con cerrar
mi calesita.".
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