martes, 19 de marzo de 2013

En primera persona,



Idioteces.
En peor síndrome de idiotez es no reconocer que se es idiota y además negarlo con énfasis que es lo que hacemos habitualmente en la totalidad de la expresiones de nuestra vida cotidiana, es la idiotez exponencialmente potenciada aunque tenemos idioteces menores que en la suma dan una sinergia espectacular, aclamamos la educación pública y cagando más arriba de lo que nos da el culo restamos plata que es para el puchero para mandar a nuestros vástagos a colegios privados, es que así los preservamos de la huelgas decimos a modo de explicación de lo que es inexplicable, que los más leídos trabajadores que supuestamente son los maestros y profesores son tan faltos de ideas que no encuentran otras maneras de protestar que rascarse a cuatro manos en vez de trabajar el doble, lo hacemos por la educación de nuestros hijos de vuestros hijos recitan irresponsablemente cuando por culpa de ellos justamente que como ahora llevan ocho sobre veinte días de paro, se andan dando con la merca por las calles ensanchando las franjas de población de zombis que tenemos y que deambulan por calles y la villas las mismas villas de los curas que apañó el papa que ahora lavando la ropa sucia a la vista de todo el mundo algunos de idiotas nomás que son se están encargando de desprestigiarlo cuando deberíamos estar más que orgullosos estamos declarando pelotudeces junto a los sotretas de los noticieros que hablan una zoncera tras otra en medio de las noticias amarillas y desalentadoras de todos los días de muertes persecuciones degüellos que dan todos los días porque además son tan “bien” educados que se olvidaron que formar individuos es también hacerles ver las cosas positivas no solamente de la sociedad sino también de los gobiernos que para colmo son los que tienen las culpas de todos nuestros males para nosotros que todos entendemos de todo, excelente pretexto para no echarnos las culpas a nosotros mismos. (Cosas de El País) Aquí en las Malvinas hemos presenciado algo épico esta semana. No nos referimos a la épica idiotez del reclamo histórico de un país grande de 40 millones de habitantes al derecho soberano de colocar su bandera en unas pequeñas islas del lejano Atlántico Sur donde viven 2.500 seres humanos, 49.000 ovejas y 450.000 pingüinos. Tampoco nos referimos a la desgraciada decisión de ese mismo país de lanzarse a la guerra hace 31 años por las susodichas islas con el febril apoyo de la mayoría de su población. No. Nos referimos a la épica remontada del Barcelona contra el Milán, televisada en Stanley, la liliputiana capital de las Malvinas, con comentarios en español argentino, idioma que la mitad de los malvinenses, por más que el 99,8% de ellos quisieran seguir siendo británicos, entienden razonablemente bien. No por primera vez, el fútbol dejó en evidencia la mezquindad, el cinismo, la deshonestidad y la capacidad de engaño o autoengaño de líderes que se erigen como defensores de la dignidad de sus pueblos, y de la susceptibilidad de esos pueblos a dejarse conducir, con los ojos cerrados, al abismo de la irracionalidad. El juego de Messi es noble, no como la irracionalidad de sus compatriotas cuando se habla de las Malvinas. Destacamos el Barça-Milán de esta semana porque lo que vimos ahí fue precisamente el polo opuesto al maniático monólogo malvinense proclamado sin tregua desde la tierra donde nació la estrella del partido. En primer lugar, fue un ejercicio de honestidad. Ni disimulos, ni leyendas infantiles, ni manipulación de las masas. Fue lo que fue. Una lucha entre dos rivales en igualdad numérica con una pelota de fútbol como arma. Y aunque un equipo fue claramente superior al otro, ambos actuaron con valentía y honradez. Además, el espectáculo fue sublime. Solo aquellos cuyas mentes están contaminados por el tribalismo enfermizo que es la lacra de la humanidad, ese gen deficiente que en el peor de los casos lleva a gente a matar y morir por causas absurdas, son incapaces de ver que el fútbol que despliega el Barça en su mejor expresión es, como escribió un periodista deportivo inglés esa noche, “simply the best”, sencillamente el mejor fútbol del mundo. Lo que vimos el martes cientos de millones de personas —desde las Malvinas a Manila, desde Buenos Aires a Vladivostok— fue noble y fue brillante. Nadie más noble o más brillante que Leo Messi, no solo el mejor jugador del planeta sino el más transparente, el menos retorcido. Juega porque le gusta jugar, gana porque le gusta ganar. Y no hay más. Comparemos esto con la niebla de irracionalidad que envuelve las mentes de sus compatriotas cuando entran en juego las Islas Malvinas. Hablamos de las Malvinas como podríamos hablar del conflicto entre Israel y Palestina, o las recientes guerras en Irak y Afganistán. Pero lo útil del caso Malvinas es que concentra de manera especialmente nítida la inexorable estupidez de la especie, su habilidad para generar problemas y conflictos e incluso guerras donde no hay necesidad alguna. Todos los países, como las personas, son ensimismados, pero Argentina con las Malvinas llega a extremos pocas veces vistos en la rocambolesca historia de la humanidad. Su histérica avidez por poseer las islas, promovida desde tiempos de Mussolini por su admirador el General Juan Domingo Perón, se basa en la supuestamente excepcional ilegalidad de la usurpación de estas tierras inhóspitas del Atlántico Sur por “piratas” del imperio británico en 1833. Increíblemente, porque el pueblo argentino es un pueblo culto, no entiende que las tierras se han conquistado y las banderas se han colocado a base de fuerza y sangre, desde siempre. Es bárbaro pero es lo que hay, y lo que será hasta que la especie de un radical vuelco evolutivo. El resto del mundo parece entenderlo. México no reclama Tejas, Francia no reclama Inglaterra, Marruecos no reclama España. O, si hubiera alguien en estos países que lo hiciera, no toda la población ha sido sometida desde la infancia a un lavado de cerebro basado en la hipnótica repetición —“las Malvinas son argentinas, las Malvinas son argentinas, las Malvinas son…”— a tal punto de que se convierte en un artículo de fe cuasi religiosa, un signo de identidad nacional, y cuando una dictadura militar de impulsos nazis invade y “recupera” las islas un infeliz día de 1982 la población responde con pavloviano júbilo, celebrando la heroicidad de los que torturaron, mataron y desaparecieron a 20.000 compatriotas. Perdieron la guerra y ahí podría haber acabado. Pero no. Siguen, dale que dale, marionetas en las manos de los medio cínicos, medio locos gobernantes de turno. Menos mal que tenemos el fútbol, que es honesto y existe en el mundo real. Y ojalá que la Argentina de Messi gane el Mundial de 2014. Por si se les pasa un poco.

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