Sindromes.
Es mentira la consigna
presidencial que somos un país con buena gente aunque sea legítima la
contundencia de la comunicación que probablemente ha sido diseñada con el
propósito que vamos entendiendo el alcance de algunos de los cambios profundos
que están ocurriendo y que no arrojarán resultados de eficiencia por lo menos
en la próxima década, cambios que no nos gustan ni nos gustarán probablemente y
que nos deberán gustar en el largo plazo como el de la política con los activos
externos el “ahorro en dólares de los caprichosos aldeanos” que deberán
mantenerse sin posturas intermedias ni inventos que signifiquen lechear las
fachadas, habrá que esperar un poco más de eso si el síndrome de los golpes fue
realmente superado y no tenemos algo parecido en el medio, pero dadas las
condiciones actuales y si los que vienen o vendrán no modifican demasiado las
líneas de las políticas públicas de los últimos años más a favor de los que
menos tienen menos a favor de los que más tienen, es decir que en el mediano y
el largo plazo lleguemos a ser realmente un país con buena gente aunque por no
serlo ahora seamos no significa que seamos mala gente que tampoco es así con la
cantidad de gente de toda laya que hay en la globalización, pero vamos por ahí
con nuestras taras que no son pocas y algunas de las más peligrosas son
patologías congénitas como el grado de boludez que nos ataca cuando pensamos en
la inflación y a que la culpa por ese fenómeno la tiene el gobierno de turno,
otra patología es la de la mitomanía que la padecemos en un noventa por ciento
de los casos, ejemplo la “mesa de los argentinos” es la mesa de los tipos más o
menos acomodados de las clases medias así que más cierto sería decir la mesa de
algunos argentinos porque los que tienen la suerte de tener una “mesa” no son
los mismos que cartonean en los suburbios ni los coyitas de la puna ni los
desnutridos del chaco entre muchos otros, mentimos para sacar ventajas que por
lo general son antes individuales que sociales, ejemplo . (Resumen de Tomás
Abraham) - Por qué no hay publicidad comercial y tan sólo propaganda
gubernamental en Fútbol para Todos? Es de imaginar que la razón no se debe a la
exigencia de alguna cláusula en la Ley de Medios. Es muy probable que el costo
de la transmisión pueda ser solventado en gran parte sino en su totalidad por
firmas privadas. Si esto así ocurriera, tendríamos una nada desdeñable
contribución a la democracia por el hecho de que no se usa un canal público en
beneficio de los intereses corporativos de un sector político que ocupa
transitoriamente la Casa de Gobierno. Y haría más creíble la intención de que
la ley apunta a una mejor distribución de los medios masivos de comunicación. El
fútbol televisado en las actuales condiciones, que permiten la apropiación de
su imagen por el Estado, tiene su público. No son todos, son pocos. La mayoría
de los argentinos hace otra cosa y ve programas diversos sin abocarse a mirar
tres o cuatro veces por semana los partidos de la fecha. El 90% de los estadios
está semivacío. Nos hemos habituado a que cante una sola hinchada porque otra
tiene prohibida la entrada. El amistoso entre Rosario y Newell’s fue un caso
extremo. Las hinchadas no se encontraron, los equipos no se enfrentaron, y sin
verse la cara ni jugar, la violencia explotó en cada una de las canchas. Eso
también es Fútbol para Todos. Pero la palabra “todos” se usa mucho. Recordemos
el ’78 y la fiesta de “todos”. Los que dicen que tienen a todos por detrás es
porque quieren reventar a unos cuantos que se les ponen enfrente. El fútbol,
todos lo saben, interesa cada vez a menos. Que radio Rivadavia transmita
Barcelona vs. Getafe con su relator y el comentarista narrando en un estudio lo
que ven por televisión y se comuniquen en exteriores con un cronista que
anuncia un gol de Defensa y Justicia, muestra que el fútbol, antes que otras
actividades lúdicas, se encamina hacia el modelo de Titanes en el ring. No son
pocos los programas que hablan de fútbol en los que la puesta en escena es
circense. No siempre entretenida, a pesar de los gritos programados por
simuladores a bajo costo. Macri dice que con esa plata quiere hacer escuelas.
La Presidenta decía que con la 125 quería hacer hospitales. No van a hacer
nada. De todos modos, el fútbol es de las pocas cosas que quedan para evitar
nuestro mortal aburrimiento. La tribuna popular es de adolescentes y patotas
armadas. La platea es de una clase media que se desgañita con insultos hacia el
equipo contrario, hacia el propio equipo, contra el referí, contra el técnico y
contra el cuñado. El fútbol ya no es popular. El referente pueblo no es más que
un símbolo de patanes de la cultura. Los llamados movimientos populares hace
décadas que dejaron de serlo. Quedan pequeños grupos armados a las órdenes de
caciques. Volvemos a la época anterior a la ley Sáenz Peña. El discurso
nacional y popular es un fenómeno netamente burgués. Ni siquiera nac & pop.
Funciona a puro pogo. Su “relato” chorrea resentimiento de clase media:
envidia, venganza, cola de paja. A ningún obrero, trabajador, cuentapropista,
monotributista, laburante en negro, le interesa lo que dicen Cristina, Abal
Medina, Macri, Solanas, ni siquiera Moyano o el periodismo político con sus
estrellas. La gente quiere laburo, que no la maten y que no la jodan. La única
utopía de masas realmente existente. La política nacional es la farándula de la
burguesía mediatizada. Y el fútbol es parte de esa política. A los que nos
gusta el fútbol, seguimos al Barça, al Madrid, al Manchester United y al City,
queremos saber qué pasa con los jugadores de la Selección que juegan en Europa.
Es el fútbol de los ricos, y padecemos nuestro pobre fútbol. Pero rinde. Es lo
que nos queda. Dicen que con la plata que se invierte en Fútbol para Todos se
podría hacer otra cosa. Mentira. Con esa plata, ni este ni otro gobierno harían
nada salvo “construir poder”; en argentino: distribuir prebendas. Es posible
que Fútbol de Primera, en el 13, fuera una mejor solución dominguera al ver
todos los compactos con sus comentarios en poco tiempo y con un ritmo, aunque
ficticio, más dinámico. Al menos no veríamos los interminables partidos en los
que se le pega a la pelota con la canilla. La calidad no importa. A veces,
cuanto peor es un partido más divertido resulta. No es culpa de los jugadores,
en su inmensa mayoría rehenes de contratos falseados, laburantes con sueldo
atrasado y promesas incumplidas. La corrupción de los dirigentes tampoco
importa. Es inclusiva. Parece que lo único importante es que le sacaron la
exclusividad a Clarín. Pase lo que pase, nadie quiere olvidar el fútbol. Es el
sueño de los que nada tienen. Los padres arremeten contra el técnico de
infantiles porque no hace jugar al hijo. Los entrenadores dicen que ninguno
quiere jugar de defensor. La meta es Messi. Etcétera. Creo que en la Argentina
nos hemos quedado sin tema. El Fútbol para Todos apenas lo es. Cada semana hay
que inventar algo para llenar el vacío. A veces es una cosa truculenta, como el
gambito jurídico con Irán, o hechos siniestros, como ciertos asesinatos bien
seleccionados que tienen que ver con lo que se llama “tragedia” del Once. El
resto es un verso hueco. Por pudor y vergüenza ajena, no hablaré de la polémica
sobre los árboles de la 9 de Julio. A veces alguien nos despierta de este sopor
rioplatense. Laura Ginsberg vuelve a hablar después de años y, como aquella vez
frente al edificio de la AMIA, patea el tablero y desnuda nuestra hipocresía y
nuestro conformismo bien ajustados al fraude moral y la estafa ideológica.
Habla de lo que no queremos que se sepa: la conexión local. Pero el show debe
continuar. Y continúa para los futboleros. Sigo siendo hincha de fútbol.
Primero del mismo fútbol. Luego de la Selección. Después de mi club. Es una
lástima que lo secuestre el Estado. Lamentable imagen usada por la Presidenta
pero reversible. Es posible que el Gobierno no quiera que empresas que son
parte del crecimiento económico del que tanto se jacta no aparezcan con su
nombre en la torta publicitaria. Le sería insoportable que compitieran con la
imagen redentora que da de sí mismo. No quiere que se sepa que no hace más que
recaudar y confiscar lo que sectores productivos con sus obreros, técnicos,
gerentes y empresarios generan cada día. Debe ser por eso que no quiere correr
el riesgo de que petroleras, gaseosas, calzados deportivos, bancos, líneas
aéreas, paguen el Fútbol para Todos con un dispendio que puede ser varias veces
inferior al conseguido por “Bailando” de Tinelli. No quiere otros nombres junto
al Fútbol para Todos. No lo quiere para todos, lo quiere para sí. Ni quiere que
el negocio, la organización y la resonancia social del fútbol estén fuera de su
tutela, manipulación y vigilancia.
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