viernes, 22 de marzo de 2013

En primera persona.


Registros.
Cuando se habla de soberanía y por oposición de colonización se abren por lo menos entre nosotros posiciones encontradas y debates insustanciales que terminan en nada y confirmando, una vez más entre tantas en nuestra propia historia, que además de haber sido colonizados territorialmente, o lo somos para ser más exactos, además fuimos – y somos – profunda y sistemáticamente colonizados intelectualmente aunque, como los locos, somos los primeros en negarlo, no ejercemos soberanía en nada – menos en casos puntuales como Malvinas por eso se no ríen afuera – porque arrastramos el lastre de una colonización que no se ve pero que es infinitamente más poderosa que la que se ve, nos miramos en el espejo del dólar ofuscados explicando lo que es inexplicable argumentando que es el resguardo del valor de los ahorros que por ser nuestros son ahorros nacionales, y cada vez que encaramos reformas del estado o privatizaciones como hacemos cíclicamente, traemos gente de afuera para que nos digan qué hacemos adentro, para que nos califiquen es decir para que hagan algo que no hacemos por nuestra cuenta o, si lo hacemos, lo hacemos con trampas un nepotismo que no nos conmueve y un tipo de esquizofrenia social que es propia de la estructura social residual que logramos armar después de las iniquidades  que hicimos con indios y gauchos en los últimos siglos y las genuflexiones acostumbradas a los patrones de afuera, no a los patrones en las personas a los patrones que significan los estándares de vida foráneos, (Resumen Andrés Asiain y Lorena Putero) Desde mediados de los años setenta del siglo pasado, los países han sido permeables (por convicción o coacción) a las políticas de apertura a los movimientos internacionales de capitales, en un contexto de incremento de los fondos financieros administrados por empresas privadas. De esta manera, se generó una arquitectura financiera donde, en cuestión de meses o días, miles de millones de dólares pueden desplazarse de acciones de empresa y títulos públicos de un país a otro, generando efímeros milagros o repentinos desastres económicos. Las agencias calificadoras de riesgo ocupan un rol estratégico en dicho esquema, ya que su evaluación positiva o negativa sobre una acción o título define si los capitales fluyen o huyen de una empresa o país determinando, en gran medida su éxito o fracaso. Semejante poder está en manos de tres grandes compañías privadas que manejan más del 90 por ciento del mercado mundial de calificaciones. Moody’s, cuyo principal accionista es el multimillonario estadounidense Warren Buffet, Standard & Poor’s es filial de la editorial norteamericana McGraw-Hill, y Fitch, que depende de la firma Fimalac/Lacharriere, presidida por Marc Ladreit, una de las fortunas más grandes de Francia. De más está decir que los dueños de las calificadoras tienen intereses en otras numerosas empresas de los rubros más diversos. ¿Se puede pensar que califican con objetividad el riesgo crediticio de sus empresas vinculadas? La desconfianza en la rigurosidad de los análisis de riesgo de las calificadoras no está basada sólo en suposiciones, sino también en hechos concretos. Un estudio realizado por economistas por pedido del Banco Central Europeo en octubre de 2012 demostró que las agencias ponían sistemáticamente mejores notas a las empresas y bancos que eran clientes suyos, y les proporcionaban buenos ingresos. Algunos episodios confirman la presunción de que los negocios pesan más que el profesionalismo. El trío de calificadoras recomendaba invertir en las empresas norteamericanas Enron o Lehman Brothers casi hasta el momento de su quiebra. También calificaban con la máxima puntuación “AAA” a los derivados de hipotecas norteamericanos hasta que, repentinamente, se convirtieron en “basura”. La triple A también señalaba como de máxima seguridad el sistema financiero de Islandia hasta que se derrumbó en 2008. Para las agencias era seguro comprar títulos públicos de Portugal, Irlanda, Grecia y España, hasta que se desplomaron y pasaron a ser bautizados como PIGS (cerdos). Según las calificadoras, era más seguro invertir en Argentina en 2001 que después de los exitosos canjes de 2005 y 2010.

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