Registros.
Cuando se habla de soberanía y
por oposición de colonización se abren por lo menos entre nosotros posiciones
encontradas y debates insustanciales que terminan en nada y confirmando, una
vez más entre tantas en nuestra propia historia, que además de haber sido
colonizados territorialmente, o lo somos para ser más exactos, además fuimos –
y somos – profunda y sistemáticamente colonizados intelectualmente aunque, como
los locos, somos los primeros en negarlo, no ejercemos soberanía en nada –
menos en casos puntuales como Malvinas por eso se no ríen afuera – porque
arrastramos el lastre de una colonización que no se ve pero que es
infinitamente más poderosa que la que se ve, nos miramos en el espejo del dólar
ofuscados explicando lo que es inexplicable argumentando que es el resguardo
del valor de los ahorros que por ser nuestros son ahorros nacionales, y cada
vez que encaramos reformas del estado o privatizaciones como hacemos
cíclicamente, traemos gente de afuera para que nos digan qué hacemos adentro,
para que nos califiquen es decir para que hagan algo que no hacemos por nuestra
cuenta o, si lo hacemos, lo hacemos con trampas un nepotismo que no nos
conmueve y un tipo de esquizofrenia social que es propia de la estructura
social residual que logramos armar después de las iniquidades que hicimos con indios y gauchos en los
últimos siglos y las genuflexiones acostumbradas a los patrones de afuera, no a
los patrones en las personas a los patrones que significan los estándares de
vida foráneos, (Resumen Andrés Asiain y Lorena Putero) Desde mediados de los
años setenta del siglo pasado, los países han sido permeables (por convicción o
coacción) a las políticas de apertura a los movimientos internacionales de
capitales, en un contexto de incremento de los fondos financieros administrados
por empresas privadas. De esta manera, se generó una arquitectura financiera
donde, en cuestión de meses o días, miles de millones de dólares pueden
desplazarse de acciones de empresa y títulos públicos de un país a otro,
generando efímeros milagros o repentinos desastres económicos. Las agencias
calificadoras de riesgo ocupan un rol estratégico en dicho esquema, ya que su
evaluación positiva o negativa sobre una acción o título define si los
capitales fluyen o huyen de una empresa o país determinando, en gran medida su
éxito o fracaso. Semejante poder está en manos de tres grandes compañías
privadas que manejan más del 90 por ciento del mercado mundial de
calificaciones. Moody’s, cuyo principal accionista es el multimillonario
estadounidense Warren Buffet, Standard & Poor’s es filial de la editorial norteamericana
McGraw-Hill, y Fitch, que depende de la firma Fimalac/Lacharriere, presidida
por Marc Ladreit, una de las fortunas más grandes de Francia. De más está decir
que los dueños de las calificadoras tienen intereses en otras numerosas
empresas de los rubros más diversos. ¿Se puede pensar que califican con
objetividad el riesgo crediticio de sus empresas vinculadas? La desconfianza en
la rigurosidad de los análisis de riesgo de las calificadoras no está basada
sólo en suposiciones, sino también en hechos concretos. Un estudio realizado
por economistas por pedido del Banco Central Europeo en octubre de 2012
demostró que las agencias ponían sistemáticamente mejores notas a las empresas
y bancos que eran clientes suyos, y les proporcionaban buenos ingresos. Algunos
episodios confirman la presunción de que los negocios pesan más que el
profesionalismo. El trío de calificadoras recomendaba invertir en las empresas
norteamericanas Enron o Lehman Brothers casi hasta el momento de su quiebra.
También calificaban con la máxima puntuación “AAA” a los derivados de hipotecas
norteamericanos hasta que, repentinamente, se convirtieron en “basura”. La
triple A también señalaba como de máxima seguridad el sistema financiero de
Islandia hasta que se derrumbó en 2008. Para las agencias era seguro comprar
títulos públicos de Portugal, Irlanda, Grecia y España, hasta que se
desplomaron y pasaron a ser bautizados como PIGS (cerdos). Según las
calificadoras, era más seguro invertir en Argentina en 2001 que después de los
exitosos canjes de 2005 y 2010.
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