Loquélæ.
Peor el remedio que la
enfermedad, síntomas gemelos, ausencias de personajes que pueden tirar las
primeras piedras de una, individuos de segunda mano aunque nos enojemos y
caprichosos insistamos con que somos de primera mano, discurso, puro discurso,
igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, encontrar las
palabras justas para describir las representaciones esas teatralizaciones
cotidianas en las que vivimos empantanados en todos los aspectos de nuestra
puta vida nacional, en ese escenario de mentirita en el que actuamos
continuamente como si fuera la única alternativa que tuviéramos, gastando
pólvora en chimangos, hablando horas y horas de los temas que son menos
importantes que otros o que directamente es como que no interesan, no hablando
de los temas que sí interesan porque probablemente son aquellos que con un poco
de atención de nuestra parte nos permitirían ser diferentes, discurso vacío
vaciado viciado vano que confunde la sustancial con lo insustancial lo esencial
con lo secundario lo importante con lo accesorio, que utilizamos diariamente
mientras con diminutivos vamos llamando a nuestros rayes cotidianos desde el
matecito a la mañanita con las media lunitas calentitas hasta la comidita de la
nochecita, así es sin cansarnos de seguir siendo lo que somos (Crónica) El
entredicho entre el periodista Juan Miceli y el diputado y secretario general
de La Cámpora Andrés “Cuervo” Larroque generó un revuelo sobredimensionado,
cuyas repercusiones no derivan del reportaje que emitió Visión Siete, sino que
son ni más ni menos que la expresión de preconceptos que están latentes. En los
K y en los anti K. Cuando a Miceli se le ocurrió la pregunta que le hizo a
Larroque (por qué usan pecheras de La Cámpora para repartir las donaciones
anónimas), probablemente advirtió que eso iba a molestarlo. Pero ¿qué iba a
hacer, censurarse por las dudas? Cuando Larroque contestó, empezó bien y
terminó mal. Tal vez, cansado por el trajín del asunto y ayudado por la falta
de ejercicio de ser entrevistado por alguien “que no sea del palo”, se mostró
agresivo y subestimó la legitimidad de Miceli por no estar en el centro de
evacuados. Ahora, ¿debía estar para poder preguntar? “Te espero cuando termines
el noticiero para que vengas acá a ayudar”, le enrostró. Les cuento una
anécdota: mi debut en televisión abierta fue en el programa Día D, de Jorge
Lanata, en 1999. Se trató de una nota en la que denunciábamos el estado
aberrante en el que vivían menores en un hogar de niños dependiente del
Arzobispado de Mercedes, que conducía el ya fallecido monseñor Emilio
Ogñenovich. Para colmo de males, recibían subsidios del Estado provincial para
prestar el servicio. El cura me mandó la seguridad, la sorteé y me dijo que era
un cachivache, un payaso de un circo, y me cerró la puerta del auto con mi
brazo metido adentro. Me hizo un raspón. Anecdótico. A todos los periodistas
nos han contestado barbaridades y convengamos que Ogñenovich tenía menos
motivos para indignarse con la pregunta que el Cuervo Larroque. Con esto quiero
decir que a veces es exagerada la dimensión que le damos a lo que en realidad
son los gajes de nuestro oficio. ¿A quién no lo patotearon haciendo preguntas
incómodas? ¿Está bien? No. Más bien hasta podría perjudicar al propio diputado.
Y por el otro lado, es un absurdo atacar al que pregunta. Como hicieron luego
con Miceli en 6, 7, 8. Con el agravante de que el programa se emite por el
mismo canal que el noticiero. Según la lógica del programa, el que cuestiona
opera para la corporación, el que pregunta sobre los modos en que el Estado
articula la ayuda con una agrupación política de su propio signo (aun
tratándose de un fin noble, como el de la ayuda a los inundados) forma parte
del relato antipolítica, y así otros preconceptos que son aplicados a casos
diversos. Se juzga a los protagonistas del episodio y se cancela un posible
debate sincero. Es cierto que una parte importante de la sociedad cree que la
política es incapaz de responder a los problemas de la gente. Que están ahí
sólo para robar y sacar ventaja. Y eso no es siempre así y tampoco sirve a una
sociedad civil descreer de sus representantes, aunque obviamente todos estos
prejuicios están basados en la corrupción y los desmanejos que todos sufrimos.
Ahora, que exista gente que piense así no puede inhabilitar al resto que nos
hacemos preguntas. Las preguntas que queramos. Las que se nos ocurran. Algunos
no queremos colgarnos un cartel de clausurado en la cabeza para dejar de
pensar. La invariabilidad de un pensamiento, el propio, por caso, no es otra
cosa que letargo intelectual. Esos periodistas que siempre dicen que todo es un
desastre o que todos son unos chorros son iguales a los que dicen que preguntar
es una mala palabra. Y después aparece otro debate, el de las pecheras. A ver,
la Cruz Roja lleva pecheras porque, cuando se formó durante la Primera Guerra
Mundial, al vestirse de rojo los voluntarios evitaban ser blancos en la
batalla. Los boys scouts tienen sus pañuelitos y los de los clubes de fútbol
las camisetas. Los de la Red Solidaria, que con sus acciones y trayectoria
logró juntar la solidaridad de la gente y mandar a La Plata 42 camiones de
donaciones no usan nada como distintivo. Esto es porque su fundador, Juan Carr,
tiene una postura original sobre el asunto. El cree que no existe la división
entre el primero, el segundo y el tercer sector de la sociedad, acuñada en los
años 90. Carr concibió Red Solidaria como un nexo entre quienes quieren ayudar
y quienes necesitan esa ayuda. Por eso, no son una ONG, ni una fundación, ni
tienen camisetas. Le pregunté a Juan Carr, mientras escribía esta columna, qué
pensaba del asunto de las pecheras y de cómo se había manejado la ayuda
solidaria en las últimas inundaciones. “Mirá, tengo diez tragedias naturales
encima y nunca vi tantos jóvenes de tantos partidos políticos y organizaciones
y sindicatos distintos ayudando. Fue fenomenal lo que pasó y me parece bien que
los militantes políticos se metan a ayudar. Los chicos de La Cámpora, los del
sciolismo, los del PRO, los del GEN, los radicales y los de las ONG. Yo seré
demasiado optimista, pero tiene que salir algo muy bueno de esa generación”.
Pueden decir que Carr está loco, que es un optimista empedernido, o que yo soy
naïf, pero ¿saben qué?: vivimos una catástrofe. Nuestros conocidos se han
quedado sin nada y hay al menos sesenta muertos entre Ciudad y provincia de
Buenos Aires. Miremos la foto completa y no nos distraigamos con peleas que no
son nuestras. Lo que pasa en la televisión tiene una importancia absolutamente muy
relativa. Otra anécdota. Una vez le contesté muy mal en un móvil (en vivo) de
Día D a Lanata. Yo estaba en General Mosconi, me había compenetrado en la
represión, me había desmayado con los gases, había escrito notas, hecho
informes para la tele y juntado a treinta personas en la plaza del pueblo para
hacer un móvil. Lanata me dijo al aire que no tenía tiempo para pasar el
material. Yo le dije que entonces no tenía nada más que decir, porque lo que
quería era que hablaran los salteños. Cuando llegué al estudio, me habló
serenamente: —No me podés hablar así al aire, Oliván, yo entiendo todo pero
tenés que contestarme bien. —Tenés razón, Jorge, pero estaba destrozada, no
sabés lo que fue eso, trabajé un montón y quería mostrar tantas cosas... Ese
material tiene fecha de vencimiento. —Pero esto es así. Mirá, capaz que vos te
matás trabajando y una vieja va a sacar el pollo del horno y se perdió tu nota.
Tenés que lidiar con eso todo el tiempo. ¿Qué quiero decir con esto? Que la
realidad muchas veces no está en el microclima de una transmisión de
televisión. Que nos pasaron cosas muy
graves como para rasgarnos las vestiduras porque un diputado fanático del
Gobierno con una pechera puesta patoteó a un periodista. O porque en 6, 7, 8
dijeron tal o cual cosa de Juan Miceli. Ni las pecheras, ni las preguntas, ni
los comunicados de solidaridad con Miceli, ni nuestra indignación son útiles
para lo importante, que es que la plata que tiene que servir para hacer obras
de infraestructura que soporten el cambio climático que estamos viviendo se use
realmente en eso. No nos quedemos con el cotillón. Bajemos un cambio y
concentrémonos en lo verdaderamente importante.
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