El 30 de agosto de 1857 se inauguró
en Buenos Aires el primer ferrocarril argentino. Su recorrido de diez
kilómetros era entre la plaza del Parque (hoy Teatro Colón) y Floresta. Después
llegó a Morón y otras localidades del oeste. En 1853 se había formado una
sociedad con capitales argentinos para construir el ferrocarril. Eran sus
socios principales, Mariano Haedo, Norberto de la Riestra, Felipe Lavallol,
Daniel Gowland, Francisco F. Moreno y Adolfo Van Preet. Se formó entonces la
Sociedad del Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste. Durante dos años se
realizó la adquisición del material y el trazado de la línea. Se adquirieron
dos locomotoras, La Porteña y La Argentina, y varios vagones. El ingeniero
inglés trazó la línea y el primer maquinista fue Alfonzo Corazzi. Durante las
pruebas el tren descarriló por la velocidad que llevaba (40 kilómetros por
hora), cuando transportaba entre los pasajeros a Dalmacio Vélez Sárfield y los
socios fundadores, que sufrieron algunos golpes y heridas leves. Este accidente
fue mantenido en secreto para no alarmar a la población. El 27 de agosto se
realizó una nueva prueba y el 30 del mismo mes se inauguró oficialmente el
ferrocarril. La línea a Floresta fue alargándose y llegó a Morón (1859), Moreno
(1860), Luján (1864), Mercedes (1865), y Trenque Lauquen (1876). Los primeros
ferrocarriles en América Latina fueron los de Cuba (1837), Perú (1850), Chile
(1851), Brasil (1854), etcétera. La airosa locomotora bautizada La Porteña, con
su alta chimenea frontal, llegó al país a principios del año 1857 adquirida por
la Compañía ferroviaria en Inglaterra. La máquina se había construido hacía
pocos años, habiendo sido utilizada por tropas británicas que en septiembre de
1854 desembarcaron en Crimea, tomando al año siguiente la fortaleza de
Sebastopol, durante la guerra desatada por Rusia al invadir Turquía (1853 -
1856). Fabricada en el centro industrial de Leeds, Inglaterra, al concluir la
contienda mencionada la locomotora permaneció inactiva durante unos meses,
siendo entonces adquirida por el ferrocarril argentino para utilizarla en sus
servicios. Convenientemente reacondicionada fue puesta en actividad bajo la
conducción de un experto, el italiano ya mencionado Alonso Corazzi, que se
desempeñaba como fogonero y maquinista de la Strada Ferrata Leopoldina, en su
país natal. La porteña era una locomotora potente y sólida, de trocha ancha,
1,676 metros de largo de eje, que demostró su excelente calidad funcionando por
40 años. Por ley del 24 de agosto de ese mismo año, el Poder Ejecutivo donó
cuatro millones de pesos en acciones de la Compañía Caminos de Hierro de Buenos
Aires al Oeste, a fin de colaborar con la extensión de sus vías. Al hablarse el
proyecto en la Sala de Representantes, el senador Agüero dijo palabras que merecen
ser reproducidas: “Se piden cuatro millones de pesos para llevar el ferrocarril
del Oeste (F.C.O.) hasta Morón y yo desde ahora, si ocupo un lugar en esta
Cámara, haré lo posible para que, puesto el camino a Morón, se decreten cuatro,
seis y ocho millones para llevarlo a Chivilcoy y desde allí más adelante, hasta
cruzar nuestra campaña de caminos de hierro y facilitar la comunicación. Estoy
seguro de que una vez facilitadas las vías de comunicación en el Estado, este
país habrá reembolsado todo su dinero y adquirido el doble de crédito”. No
todos eran problemas políticos. También había quiénes pensaban en el país, y
además bien, con sentido común y criterio de realidad para mejorar nuestro
futuro. En 1862, se firmarían dos contratos de expansión ferroviaria: el
Ferrocarril Central Argentino, y el Ferrocarril del Sud. El primero uniría las
ciudades de Rosario y Córdoba formando la válvula de salida de todo el
Interior: una de Villa Nueva al oeste y otra desde Córdoba hasta Salta. La
primer línea se llamó Andino ( Ferrocarril del Pacífico ) y la segunda, Central
Norte. Desde el principio, las líneas debieron enfrentar penurias financieras y
fueron blanco de muchas críticas por parte de quienes veían al ferrocarril como
un competidor imbatible (carreros, fleteros y troperos). Hacia 1868, el
Ferrocarril Del Oeste comenzó a incrementar sus ingresos y sus líneas se
prolongaron hasta la Cordillera de los Andes, buscando ligar los océanos
Atlántico y Pacífico. Mientras que el F. del Sud prosperaba gracias al transporte
de lana, forrajes, etc., de los campos de pastoreo que atravesaba. Bajo la
primera administración del presidente Roca la red ferroviaria alcanzó los 6000
kilómetros, y los años siguientes se caracterizaron por una fiebre ferroviaria
reflejada en el otorgamiento indiscriminado de concesiones como recompensa por
favores políticos a personas con pretensiones de venderlas a las empresas
británicas ya establecidas. El F.C. Sud (privado) competía con el F.C. Oeste
(estatal) en el material rodante disponible y en la carga transportada. Este enfrentamiento y la falta de capitales,
condujo a la venta del ferrocarril estatal en subasta pública, cerrándose el
trato con la Western Railway. La compañía británica se abocó a la construcción
del F. C. Argentino, habilitando su servicio hasta las proximidades de Rosario
en 1866. Pero pronto surgieron reclamos de los pasajeros pidiendo un mejor
trato por parte de los empleados de la empresa. Los comerciantes elevaron una
nota: “...creíamos que en especial el comercio de Rosario debía tener grandes
esperanzas en el F. C. Argentino, estamos defraudados por los abusos que la
empresa comete.”
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