jueves, 5 de enero de 2012

hojas perfumadas

El señor Bergeret proseguía sus meditaciones perturbadoras: "El tiempo ¿es algo más que las variaciones de la Naturaleza? ¿puedo yo suponerlas cortas o largas?" La Naturaleza es cruel y vulgar; pero ¿quién me lo ha dicho? ¿Cómo sustraerme a ella para conocerla y juzgarla? Es creíble que me pareciera el Universo más tolerable si la fortuna me hubiese reservado un sitio mejor." Terminada su reflexión, se inclinó para equilibrar la pila de libros, que se tambaleaba. —Vuelve usted un poco moreno, amigo Roux —dijo la señora de Bergeret—, y hasta me parece que adelgazó algo; así está usted mejor. —Los primeros meses de servicio son fatigosos —respondió Roux—, Hacer el ejercicio a las seis de la mañana, en el patio del cuartel, a ocho grados bajo cero, es desagradable, y tampoco se acostumbra uno fácilmente a las repugnantes faenas de la cuadra. Pero la fatiga es un poderoso remedio, y el embrutecimiento, un recurso magnífico. Se vive atolondrado, y como de noche se duerme poco y mal, de día nunca está uno despierto del todo. Esta especie de automatismo letárgico es favorable a la disciplina, conforme con el espíritu militar, útil para el buen orden físico y moral del Ejército. En resumen: Roux no estaba muy quejoso; pero un compañero suyo, alumno de la Escuela de Lenguas orientales —donde sólo estudiaba el malayo—, era víctima del servicio, que le apesadumbraba sobremanera. Deval, inteligente, culto resuelto, pero rígido, inflexible de cuerpo y de alma, desmañado y distraído, tenía una idea muy exacta de la justicia, con arreglo a la cual determinaba oportunamente sus derechos y sus deberes; y este juicio atinado era su desdicha mayor. A las veinticuatro horas de hallarse recluido en el cuartel, mientras hacían el ejercicio, le preguntó el sargento Lebrec —con palabras que Roux vióse obligado a suavizar para que pudieran ser oídas por la señora de Bergeret— "quién sería la re...ísima señora que se permitió dar a luz un zopenco malamente alineado como el número cinco". Deval no comprendió, al pronto, que se trataba de su persona, que allí era el número cinco y hasta verse arrestado no se dio cuenta de que sólo a él se referían aquellas palabras. Y aun después no comprendía por qué ultrajaban el honor de la señora Deval a consecuencia de que su hijo no guardase una perfecta alineación. La responsabilidad inconcebible de su madre, referida por el sargento, contrariaba la idea exacta que de la justicia concibió el joven Deval, y a los cuatro meses aún sentía el escozor doloroso de aquella desventura. —Su amigo el recluta —dijo Bergeret— había dado una torcida interpretación a la marcial arenga del sargento, cuyas palabras deben ser fructíferas para el buen servicio, deben excitar la emulación de los hombres y esforzarlos a ganar con su comportamiento unos galones que les permitan poder espresar de aquel modo la superioridad evidente de quien así habla, comparado a quien por obligación tiene que oírle y aguantarle. No se deben disminuir, en modo alguno, las prerrogativas de los jefes militares como lo hizo en una reciente circular un ministro de la Guerra culto, discreto y civil, quien, para mantener la dignidad siempre respetable del ciudadano en la milicia, se propuso que oficiales y sargentos no tutearan a los reclutas. Al ordenar esto, aquel ministro infeliz olvidaba, tal vez, que el menosprecio hacia el inferior es un gran principio de emulación y base de la jerarquía. El sargento Lebrec hablaba en el estilo de un héroe que se propone convertir en héroes a los reclutas. Como soy filólogo, sin gran esfuerzo reconstruyo la frase principal de su arenga. Pues bien: afirmo sin reticencias que me parece sublime un sargento al asociar en una frase tan rotunda el honor de una familia y la torpe alineación de un recluta en cuyo garbo militar pueden fundarse muchas glorias, muchos triunfos. "Me dirán, acaso, que incurro en la extravagancia, común a todos los comentaristas, de atribuir a mi autor intenciones que jamás cruzaron por su magín. Estoy conforme; debo conceder que hubo una parte de inconsciencia en el discurso memorable del sargento Lebrec. Así es precisamente como se manifiesta la inspiración genial: brilla, estalla, sin darse cuenta de su poderío. Anatole France.
LAS MANOS ¡Oh manos de mujeres encontradas una vez en el sueño y en la vida: manos, por la pasión enloquecida opresas una vez, o desfloradas con la boca, en el sueño, o en la vida. Frías, muy frías algunas, como cosas muertas, de hielo, (¡cuánto desconsuelo!) o tibias cual extraño terciopelo, parecían vivir, parecían rosas: ¿rosas de qué jardín de ignoto suelo?
Nos dejaron algunas tal fragancia y tan tenaz, que en una noche entera brotó en el corazón la primavera, y tanto embalsamó la muda estancia, que más aromas el abril no diera. Otra, que acaso ardía el fuego extremo de un alma (¿dónde estás, oh breve mano intacta ya, que con fervor insano oprimí?), clama con el dolor supremo; ¡tú me pudiste acariciar no en vano!
De otra viene el deseo, el violento deseo que las carnes nos azota, y suscita en el ánimo la ignota caricia de la alcoba, el morir lento bajo ese gesto que la sangre agota.
Otras (aquéllas?) fueron homicidas, maravillosas en engaños fueron: de arabias los perfumes no pudieron endulzarlas, hermosas y vendidas ¡cuántos ¡ay! por besarlas perecieron!
Otras (¿las mismas?) de marmóreo brillo y más potentes que la recia espira, nos congelaron de demencia o ira, y las sacrificamos al cuchillo ( y, ni en sueños, la manca se retira. vive en el sueño inmóvilmente erguida la atroz mujer sin manos. Junto brota fuente de sangre y sin cesar rebota el par de manos en la enrojecida charca, sin salpicarse de una gota ).
Otras, como las manos de María, hostias fueron de luz vivificante, y en su dedo anular brilló el diamante entre la augusta ceremonia pía: ¡jamás los rizos del amante!
Otras, cuasi viriles, que oprimimos con pasión, de nosotros la pavura arrebataron y la fiebre oscura, y anhelando la gloria, presentimos iluminarse la virtud futura.
Otras nos produjeron un profundo escalofrío de espasmos sin iguales; y comprendimos que sus liliales palmas podrían encerrar un mundo inmenso, con sus bienes y sus males ¡Oh alma, con sus bienes y sus males! Gabriel D`annunzio

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