Paso a paso: Limpie el mondongo raspándolo bien, desechando la grasa adherida. Cortarlo en cuadraditos chicos. Poner a hervir abundante agua con sal en una cacerola. Cuando rompa el hervor, agregue los cuadraditos de mondongo y cocínelo durante media hora. Escúrralo y resérvelo. Cambie el agua del remojo de los porotos y hágalos hervir hasta que estén a medio cocer. Escúrralos y reserve. Caliente el aceite en una olla y rehogue la cebolla y los ajos. Sume los tomates pelados y picados, con su jugo, el extracto y el mondongo. Saltee un minuto, mezclando. Corte las zanahorias en cuadraditos y agréguelas. Sume los porotos, las papas y el caldo. Condimente con sal, perejil, orégano, pimienta y laurel. Tape y deje hervir despacio durante media hora, o hasta que el mondongo esté tierno. Agregue cada tanto chorritos de caldo. Cuando esté a punto, incorpore el queso rallado. Mezcle, rectifique el sazonamiento y sirva bien caliente, ofreciendo aparte queso rallado. Un beso. La Abuela Cata.
Preparación - Lavar los garbanzos y dejarlos en remojo toda la noche. - Colar los garbanzos y hervirlos en agua con sal durante media hora, en este paso deben quedar algo duros. - Colar los garbanzos y reservar. - El mondongo suele adquirirse bastante limpio en los supermercados, de todas formas es conveniente revisarlo y retirar cualquier resto de grasa que pudiera quedar. - Hervir el mondongo hasta que quede tierno en abundante agua con sal, una hora más o menos. - Dejar enfriar el mondongo y cortarlo en tiritas - Pelar y picar la cebolla. - Limpiar y picar el ají morrón. - Cubetear los tomates perita. - Pelar y cortar los chorizos en rodajas. - Cortar la panceta en tiritas. - En una olla o cazuela calentar el aceite de oliva. - Rehogar la panceta, agregar el ají morrón y la cebolla. - Cuando la cebolla esté transparente incorporar los chorizos colorados y luego el mondongo. - Saltear un momento revolviendo permanentemente. - Agregar el tomate, condimentar con sal y ají molido. - Incorporar los garbanzos. - Agregar caldo de verdura hasta cubrir el guiso. - Dejar cocinar a fuego bajo hasta que los garbanzos estén tiernos y el guiso algo espeso. - Durante la cocción ir agregando caldo en la medida que sea necesario y revolver de vez en cuando. - Se puede servir espolvoreado con perejil picado.
Hervir el mondongo poniéndolo entero en el agua hirviendo con todos los gustos y una manzana verde (cortada al medio y con cáscara). Cuando el mondongo esté tierno retirar del fuego y dejar enfriar en el caldo. Luego picarlo. Colocar en una cacerola el aceite, poner a calentar y agregar la panceta y rehogar. Cuando esté dorada, agregar las cebollas, apio y morrón todo bien picado. Cocinar unos momentos, incorporar las zanahorias en rodajas, los tomates y cocinar un poco más. Incorporar luego los garbanzos o porotos previamente remojados, el vino y los condimentos (perejil y ajo, laurel, orégano, pimentón) y la taza de caldo con los cubitos de caldo de carne. Aparte, en una sartén dorar el pechito de cerdo con un hilo de aceite.
Incorporar a la olla grande y cocinar cinco minutos más; incorporar el mondongo y los chorizos en rodajas gruesas. Cocinar a fuego suave, tapado, durante ½ hora aproximadamente, agregando caldo si fuese necesario. Rectificar los condimentos y darle cuerpo al jugo de cocción espesándolo con una cucharada de fécula de maíz (opcional).
El mondongo con garbanzos es una receta de origen incierto que, posiblemente, esté presente en las mesas murcianas desde hace siglos. El mondongo, también conocido como callos, proviene de la matanza de animales como el cordero o la ternera, y está constituido por los trozos de intestino y panza de estos animales. Se trata de un plato fuerte, un guiso con empuje, del que destaca el agradable aroma a hierbabuena. Historia de la receta El origen del mondongo con garbazos es incierto, aunque lo más probable es que dicho origen se pierda en la oscuridad de los tiempos, pues el mondongo es el resultado de la matanza del ternero o cordero, que se lleva practicando desde hace miles de años. El garbanzo llegó a las costas murcianos proveniente del Mediterráneo oriental.
Amanecí con un sueño y un sabor en la cabeza. En mi historia dormida, el escritor argentino Jorge Luis Borges estaba sentado a la mesa de un restaurante porteño de mala muerte (el lugar tenía reminiscencias de varios sitios que conocí) y esperaba al mesero. No era un lugar para que estuviera un señor como Borges dispuesto a almorzar, tan fino él, culto y políglota. Parecía más bien el personaje Juan Dahlmann en el almacén de campo del cuento “El Sur”.
Bueno, el mesero, un tipo mugriento y sin dientes, le traía un plato de mondongo que se veía delicioso. Borges agradecía tímidamente y, aunque intentaba comerlo, no podía. Jugaba un rato con el tenedor para dejarlo silenciosamente junto al plato, que hacía a un lado sin espavientos. Después tomaba su bastón y salía del lugar. No recuerdo que pagara. Luego desperté. (olivieri)
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga.
Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Jorge Luis Borges, el sur
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