lunes, 14 de enero de 2013

En primera persona

Antón pirulero. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, probablemente es exagerado el despido ¿o la baja? Del cantinero de la fragata como medida disciplinaria por andar haciendo declaraciones a la prensa con un tema controvertido casi una cuestión de estado, pero la esencia de la sanción no es reprochable en una aldea donde no terminamos de entender que si fuimos buscando un lugar que contiene reservado un rango de roles determinados es por algo, en primer lugar para que nosotros, ciudadanos comunes, aprendamos a respetar los propios lugares los ajenos y todo los que eso significa en un margen de derechos y de deberes, de deberes fundamentalmente porque como los chicos nos acordamos solamente de los derechos antes que de las obligaciones que tenemos, en este caso en particular el cantinero no tiene derecho a hablar así porque sí por algún pequeño o gran intercambio que habrá hecho con quien o con quienes le ofrecieron retribuciones a sus incontinencias verbales se despachó por sus mil segundos de fama, allá él pero que se atenga a las consecuencias, es aquí donde está la fractura ética de lo que significa esta actitud, no precisamente en lo que se quiere hacer entender substancialmente, que quienes tienen las jinetas para deponerlo le cortaron la cabeza a este cristiano para conculcarle su libertad de opinar, no hay libertad irrestricta de opinión, como no hay otras libertades en una sociedad en la que somos intensamente interdependientes y no es por razones de hipocresía, que eso es otra historia, pero no tenemos derecho a denigrar a otros gratuitamente como los demás no tienen derechos a denigrarnos gratuitamente, así que menos que menos cuando hay peajes monetarios para hacerlo, porque de esta manera cualquiera mañana por unos pesos dice lo que se le ocurre de cualquiera y si le viene una sanción por eso la justicia es mala o buena dependiendo desde el lugar que estemos opinando, probablemente este cantinero tiene que haber hablado justo de las cosas que no le correspondían hablar desde su posición desde su rol en la tripulación del mamarracho simbólico de eso que es la fragata, no terminamos de entender el sencillo estribillo, cada cual cada cual atiende su juego. Cuenta en la crónica una mina que Suárez, de azul, en la nave insignia, trabajó en la cantina durante 25 años, ahora busca un abogado para que revea su caso, el cantinero de la fragata Libertad, llegó a Mar del Plata con la esperanza de volver a subir al barco y reencontrarse con sus viejos compañeros de tripulación, había sido una de las pocas caras visibles del conflicto, y buscaba ser parte de la fiesta que había organizado el Gobierno para recibir al buque que quedó varado en Ghana durante siete meses y diez días. Pero su emoción contrastó con otra realidad: tras el acto le informaron que había sido despedido. No bien se enteró del regreso de la Fragata, Suárez estaba listo para subirse a uno de los botes que iban a escoltar al buque cuando estuviera cerca del puerto de Mar del Plata. Estaba muy emocionado, vivía el momento con alegría: lo esperaba desde que había vuelto al país tras dejar su querido buque, en el que se desempeñó como cantinero durante más de 25 años, la mitad de su vida. En uno de los regresos de parte de la tripulación había llegado de nuevo a Buenos Aires, y habló con los medios. “Ayer, cuando salí de la Fragata, hacé de cuenta que un puñal se clavaba en mi corazón”, dijo en una de las entrevistas. Y agregó: “Las autoridades de este país, todo el mundo” sabía que se iba a viajar a Ghana y que se iba a “correr ese riesgo”. El miércoles, la Armada le impidió ser parte de la fiesta. Le pidieron que no subiera a ningún bote y que se retirara de la fiesta popular. Al llegar allí, una de las autoridades le solicitó que apagara su teléfono celular, que evitara hablar con cualquier medio de comunicación y se ocultara de las cámaras oficiales que registraban el evento. El acto comenzó y, a pesar de no haber subido al bote, Luis se mostraba feliz: no pensaba en otra cosa que no fuera subir al buque y abrazar a sus compañeros navegantes. Terminado el acto, salió entre el público y se dirigió hacia la rampa para subir a la Fragata. Cuando estaba a punto de llegar a cubierta, el capitán le dijo terminantemente que no podía estar ahí, que debía retirarse porque estaba despedido. Según las palabras del capitán, no cumplía con lo esperado por la Armada. Sin más palabras, Suárez descendió y acordó presentarse en los próximos días para hablar con las autoridades sobre su situación. Según pudo saber PERFIL, la decisión de la Armada se debió a la aparición de Suárez en los medios. “Seguro después de lo que digo me cortan las piernas”, había admitido en una de las tantas entrevistas que otorgó en estas semanas. Suárez no es parte de la Fuerza; en rigor es un empleado de una empresa a cargo de la cantina. Como un empleado de un kiosco en una escuela. Hoy la cantina está inhabilitada, sin permiso de uso. Es que, para que se autorice la actividad nuevamente, hay un precio: el dueño de la cantina habría confesado que le pidieron que lo dejara sin trabajo. Desempleado, ahora busca el asesoramiento de un abogado. PERFIL intentó entrevistarlo pero ya no quiere hablar con los medios. Podría intentar volver a su oficio: la panadería. Divorciado y sin hijos, la Fragata era su vida. Santafesino, de la ciudad de Ceres, Suárez había viajado 12 veces desde 1985 y ganaba mil dólares. La bienvenida por parte de los familiares de los tripulantes a la fragata Libertad no resultó ser un éxito. Muchos de ellos viajaron desde Capital Federal a La Feliz en colectivos dispuestos por la Armada, pero en su mayoría los parientes debieron hacerlo por sus propios medios desde distintos puntos de la Argentina. La familia Mamaní viajó desde Jujuy para recibir al suboficial 2º Alejandro Mamaní, que estuvo en la Fragata durante toda su fallida travesía. “A esta altura no nos importa nada, porque lo único que queremos es ver a Alejandro; no lo vemos desde el 2 de junio y mis dos hijos están desesperados”, comentó la esposa del marino, Patricia Coscia, quien aprovechó para criticar el show que organizó el kirchnerismo. Como si fuera poco, los marinos recibieron la orden de no hablar con la prensa más que de su propia experiencia personal. Al bajar de la Fragata, una de las soldados notó que su madre hablaba con un periodista y rápidamente la tomó del brazo y se la llevó. Se pudo escuchar que le decía “no digas nada, no hables”. Según pudo confirmar PERFIL, antes de iniciarse el momento del descenso se les dijo a los marinos que evitaran hablar con los medios sobre temas políticos. Solamente podrían relatar el viaje si lo deseaban.

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